El lunes 19 de enero de 2015, en el vuelo de regreso a Roma desde Filipinas, en una de las llamadas aero-conferencias de prensa habituales en sus viajes, el papa Francisco tuvo una expresión que causó un cierto escándalo, cuando contó que hace algunos meses en una parroquia retó a una mujer que esperaba el octavo hijo luego de haber tenido otros siete por cesárea. “¿Quiere dejar huérfanos a siete? ¡Esto significa tentar a Dios! Esto es una irresponsabilidad. ‘No, yo confío en Dios’. ‘Mirá, Dios te da los medios, sé responsable’. ¡Algunos creen, y disculpen la palabra, que para ser buenos católicos debemos ser como conejos. ¡No! Paternidad responsable”, dijo. “Creo que el número de tres por familia es lo que dicen los técnicos que es lo importante para mantener la población, tres por pareja”, agregó. “La palabra clave es la que usa la Iglesia siempre y yo también: paternidad responsable”. Y reiteró su elogio a Pablo VI y a su encíclica Humanae vitae (HV).
Este inusual lenguaje papal y la insistencia en la paternidad responsable no deja de cambiar bastante el acostumbrado discurso católico acerca de la natalidad y la demografía, y sobre todo una cierta imagen de que la Iglesia está por una especie de “cuanto más hijos mejor”, o por un “naturalismo” medio fatalista en cuanto al encare de la evolución demográfica. Lo que no nos lleva a decir que su doctrina al respecto haya tenido cambios importantes desde hace mucho tiempo, como no sea el tomar en serio, desde hace ya bastante, la aceptación y educación a una paternidad/natalidad guiada por una consciente responsabilidad.
En la presente nota no pretendemos analizar a fondo esta cuestión, lo que estaría fuera de nuestras competencias y alcance, sino solo recordar algunos hitos en la materia en lo que tiene que ver con el pensamiento católico más oficial. Seguramente dejaremos de lado varias cosas, pero ojalá que ayudemos a tener una imagen general del recorrido desde el concilio Vaticano II.
Vaticano II y demografía
La cuestión demográfica no ocupó de manera importante la atención del Concilio, y si la tuvo en cuenta parece haber sido sobre todo por su conexión con los métodos modernos de regulación de la natalidad, cuyo uso se estaba extendiendo a partir de los países desarrollados. Se conoce la importancia que esos métodos tuvieron en la llamada revolución sexual, con la separación de sexo y reproducción, y en las políticas demográficas a partir de ella. No hay que olvidar, sin embargo, que el clima del Vaticano II fue dominado por las iglesias de los países del Norte atlántico que estaban en pleno “baby-boom” y muy marcados por el optimismo de los “milagros económicos” de postguerra en sus sociedades.
Es en la Gaudium et spes, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, que encontramos las pocas referencias sobre el tema. En la II Parte, capítulo I, acerca de la “Dignidad del matrimonio y de la familia”, leemos que entre los fenómenos del mundo que oscurecen la realidad de las familias (poligamia, divorcio, amor libre…) “en determinadas regiones del universo, finalmente, se observan con preocupación los problemas nacidos del incremento demográfico. Todo lo cual suscita angustia en las conciencias” (n. 47). Y en el n. 50, hablando de la fecundidad: “Entre los cónyuges que cumplen de este modo la misión que Dios les ha confiado, son dignos de mención muy especial los que de común acuerdo, bien ponderado, aceptan con magnanimidad una prole más numerosa para educarla dignamente”. Y por fin, desde el ángulo del respeto a la vida, dice el documento: “Cuando se trata, pues, de conjugar el amor conyugal con la responsable transmisión de la vida, la índole moral de la conducta no depende solamente de la sincera intención y apreciación de los motivos, sino que debe determinarse con criterios objetivos tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos, criterios que mantienen íntegro el sentido de la mutua entrega y de la humana procreación, entretejidos con el amor verdadero; esto es imposible sin cultivar sinceramente la virtud de la castidad conyugal. No es lícito a los hijos de la Iglesia, fundados en estos principios, ir por caminos que el Magisterio, al explicar la ley divina reprueba sobre la regulación de la natalidad” (n. 51).
En la brevedad de estas citas encontramos sin embargo los elementos centrales que configuran hasta nuestros días la enseñanza de la Iglesia sobre la demografía y su tratamiento: la importancia dada a la procreación como fin del matrimonio (por más que el Vaticano II superó la visión más tradicional que la veía como casi única finalidad); la invocación a la naturaleza y la ley divina que la Iglesia explica (aunque el Concilio prácticamente dejó de lado las argumentaciones a partir de la ley natural); el elogio de las familias numerosas; pero también expresiones que van en la dirección de una natalidad responsable; y una primera atención a la evolución demográfica, sobre todo (parece) en los pueblos menos desarrollados.
Hay una elemento más para señalar, sobre todo por lo que seguirá: al final del último numeral reproducido, hay una nota al pie que entre otras cosas advierte que hay cuestiones que necesitan más investigación y que Pablo VI confió a una “Comisión pro Estudio de Familia, Población y Natalidad”, creada por Juan XXIII en 1963, para que escuchado su parecer el Papa se pronunciara. Mientras tanto la doctrina del Magisterio seguiría sin cambios ya que el Concilio no pretendía proponer soluciones concretas (aunque hay que notar que había ya dado más importancia de la usual a la conciencia formada de los cónyuges).
La Humanae vitae, pieza clave
Esa voz del magisterio pontificio se hizo oir el 25 de julio de 1968 con la encíclica Humanae vitae. Desoyendo el informe de la mayoría de la Comisión, Pablo VI decidió mantener la enseñanza de los Papas anteriores. Eso significó reiterar la prohibición del uso de todos los anticonceptivos a los esposos católicos, y al mismo tiempo rechazar con firmeza las políticas antinatalistas que estaban ya implementando sobre todo los EE UU en dirección de los países pobres, y en especial los latinoamericanos (https://w2.vatican.va/content/paul-vi/es/encyclicals/documents/hf_p-vi_enc_25071968_humanae-vitae.html) .
La Humanae vitae marca un hito en la enseñanza de la Iglesia sobre estas cuestiones. Sigue siendo todavía una referencia, en acuerdo o desacuerdo, como lo podemos concluir si tenemos en cuenta el reiterado elogio que de ella hace el papa Francisco, y los nuevos reclamos sobre la necesidad de superarla que se realizan en vísperas de su cincuentenario (2018).
En relación con la demografía, la HV constata el temor y angustia de “familias y pueblos en vías de desarrollo” ante el gran crecimiento de la población, y la “tentación grande de las autoridades de oponer a este peligro medidas radicales” (n.2). El centro de la argumentación de la HV sigue siendo la ley moral natural (mostrando a las leyes biológicas como la expresión de la voluntad de Dios), en cuya interpretación la Iglesia reivindica especial competencia (n.4; cf también 10, 13, 16, 24, 31). Por eso, cualquier acto matrimonial “debe quedar abierto a la transmisión de la vida” (11), doctrina que se funda en la “conexión inseparable”, querida por Dios y que el hombre no puede romper, “entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador” (12). Apoyado en lo anterior, Pablo VI “excluye absolutamente como vía lícita para la regulación de los nacimientos, la interrupción directa del proceso generador ya iniciado” (sobre todo aborto y esterilización), pero también toda acción que “se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación” (14). HV considera a estas acciones “intrínsecamente deshonestas”, es decir, rechazables siempre y en toda circunstancia (15). Por lo tanto, existen en este terreno “límites infranqueables” que nadie, individuo o poder social, pueden violar (17). Y la argumentación cierra (23) con otra afirmación que es constante en la enseñanza de la Iglesia al respecto, que la encíclica transmite con palabras de Juan XXIII en la Mater et Magistra, pero que expresamos con otras, muy gráficas y bellas, del mismo Pablo VI en la ONU (10/1965): “La tarea de ustedes es la de actuar de tal manera que el pan sea lo suficientemente abundante en la mesa de la humanidad, y no el favorecer un control artificial de los nacimientos, que sería irracional, con vistas a disminuir el número de comensales en el banquete de la vida”. Con ellas, Montini contestaba las del presidente Lyndon Johnson, ante el mismo cuerpo, 5 meses antes: “Por esto, en este aniversario (de las NN UU, el 200), quisiera llamar a todas las naciones miembros a retomar una guerra internacional contra la pobreza… Actuemos sobre el hecho de que menos de 5 dólares invertidos en control de la natalidad equivalen a 100 dólares en desarrollo económico”. El contraste no podía ser mayor.
Es importante recordar las polémicas que se dieron en aquel momento entre reacciones contrapuestas ante la encíclica. Por un lado, una oposición y crítica fuerte por parte de muchos teólogos y moralistas de prestigio, que teniendo en cuenta sobre todo lo más doméstico, hacían ver las grandes dificultades que tendrían que seguir enfrentando las parejas. Por otro, en autoridades civiles y científicos, en especial los no ligados a la Iglesia y favorables a un firme control de la demografía, el rechazo usó términos muy duros (“delito contra la humanidad”, dijo el Dr. Hudson Hoegland…). Y también el apoyo firme, por supuesto
Medellín: latinoamericanizar el Vaticano II, Populorum Progressio (PP) y Humanae vitae
Por otro lado, y desde América Latina, se celebró la dimensión política de la HV, como crítica y rechazo de los embates anti-natalistas de las grandes potencias, en especial EE UU. En esta línea jugó un papel central la revista Víspera, editada en Montevideo, que dedicó en su número 7 (octubre de 1968) un dossier de 50 páginas con artículos de gran interés (volver a hojear el número resulta apasionante). Eso generó una muy viva polémica con la también uruguaya Perspectivas de Diálogo que se afilió a la primera reacción reseñada, criticando sobre todo la argumentación basada en la ley natural y consideró exagerada esa casi identificación con un manifiesto anti-imperialista. Esta divergencia en la apreciación de la encíclica seguirá presente en el tiempo que siguió, y hasta nuestros días. Con mucha dificultad de integrar esas dos vertientes. Parecería que la valoración positiva de Francisco nace de la misma fuente que la de Víspera, si es que no está inspirada por ella en aquellos ya lejanos años (estaba terminando sus estudios de teología; fue ordenado a fines del 69).
El mismo año de la encíclica es el de Medellín, la primera en julio, el segundo en agosto-setiembre. Y un año antes, el gran texto social de Pablo VI, que con el Vaticano II será fundamental en la inspiración de la II Conferencia General del Episcopado latinoamericano (¡sin olvidar la atención a la realidad del continente!). Por eso, los obispos de América Latina prestaron una muy especial atención a la cuestión demográfica del continente. Y dándole claro énfasis a la interpretación “política”, integraron también una dimensión pastoral que tenía en cuenta el otro tipo de reacciones eclesiales más atentas a las parejas concretas, con acentos en completa sintonía con la trilogía de Francisco en la Amoris laetitia (AL): “acoger, acompañar, discernir”.
Es realmente una pena no poder citar todo el capítulo 3 del documento sobre “Familia y Demografía”, porque su claridad, equilibrio y firmeza tienen una actualidad que impresiona, pero lo podemos releer en www.ensayistas.org/critica/liberacion/medellin/medellin5.htm.
En la misma línea se mantuvo Puebla (1979), aunque su atención al asunto fue mucho menor que Medellín.
Juan Pablo II y Benedicto XVI
En lo fundamental, la enseñanza de la Iglesia se mantuvo en los términos de la HV en los siguientes pontificados. Si acaso, con la generalización de las políticas de los países centrales y también de la ONU en el sentido del control poblacional en dirección de los países pobres del Sur, algunos acentos en la intervención de la Iglesia se desplazaron, aunque no en los asuntos medulares. Si miramos por ejemplo la coyuntura de mediados de los 90, en un año se producen dos conferencias mundiales de mucho relieve, que tienen que ver directamente con el asunto. En primer lugar, la IV Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre Población y Desarrollo, en setiembre de 1994, celebrada en El Cairo (la primera fue en Bucarest, en 1974, y volveremos sobre ella). Allí surgió el discurso sobre los “derechos reproductivos”, que en parte al menos se convirtió en vehículo para prácticas de control que la Iglesia no acepta. En segundo lugar la también IV Cumbre Mundial de las NN UU sobre la Mujer, en Pekín, el mismo mes de 1995. Allí tuvo su reconocimiento internacional la “perspectiva de género”, que el magisterio pontificio y episcopal rechaza en general de manera frontal.
En el medio justo del año que va entre las dos conferencias, marzo de 1995, el papa Juan Pablo II publicó su encíclica Evangelium vitae, que juega en su caso un papel parecido al de la HV en el de Pablo VI (ver resumen en https://es.slideshare.net/faropaideia/resumen-evangelium-vitae). Lo que le da una consistencia propia es que el contexto ha cambiado. Por eso, Wojtila dedica mucha atención al aborto y a la eutanasia ante el aumento de legislaciones permisivas. Con el SIDA han aparecido las campañas sobre el preservativo, que la Iglesia también rechaza como método profiláctico o de control natal. Esto generará en la opinión dos imágenes ambiguas: una, que para la Iglesia es lo mismo aborto, todo tipo de anticoncepción artificial y uso del preservativo, es decir, actos intrínsecamente malos; la otra, ligada, que identifica a la Iglesia como inmovilista en materia de moral sexual, y como dirán algunos, enemiga de la humanidad (se llegará hasta intentar enjuiciar a Benedicto XVI por crimen contra la misma humanidad…). Por su parte, la Iglesia se considerará a sí misma como uno de los últimos bastiones de defensa de la dignidad de la persona humana y de los pueblos. La Santa Sede desplegará una intensa actividad diplomática para detener el deslizamiento progresivo hacia lo que Juan Pablo llamará “cultura de muerte”.
Josef Ratzinger desplegó una gran actividad en este campo desde su cargo de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe desde 1981, acompañando a Juan Pablo. La CDF publicó en 1987 la Instrucción Donum vitae, dedicada sobre todo a las múltiples cuestiones nuevas sobre la reproducción que plantea el desarrollo de las investigaciones biomédicas. En su pontificado no hay ningún texto mayor sobre la problemática que nos ocupa, aunque sí numerosas intervenciones en discursos, y fue él quien dio nacimiento a la expresión “principios (o también “valores”) no negociables”. Tomados como bandera por los movimientos “pro-vida” católicos más radicales, se convirtieron en verdaderas armas de combate que en muchos casos simplificaron y no hicieron justicia con la enseñanza eclesial. Paradójicamente, fue el mismo Benedicto XVI quien en una entrevista puso en cuestión el carácter “intrínsecamente malo” del uso del preservativo.
Una breve recorrida por nuestra comarca
Queda poder decir algo sobre el tratamiento de la cuestión que nos ocupa en la Iglesia uruguaya. Sin pretender sin embargo enumerar todas las ocasiones que los obispos, individualmente o como Conferencia episcopal (CEU) tratado el tema, intentamos rescatar lo central.
Hay precisamente un texto, mayor para nuestro caso, que data de 1974. Resulta por lo menos sorpresivo que un documento entero de cuatro carillas haya sido dedicado por la CEU a reflexionar sobre el problema poblacional en Uruguay. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que 1974 ha sido declarado por la ONU “Año de la Población”, que culmina con la III Conferencia Mundial sobre el tema. Conociendo otros casos, es posible que los episcopados del mundo recibieran de Roma, ya en franca lucha con agencias internacionales y gobiernos considerados neo-malthusianos, una directiva para que se ocuparan de la problemática. En todo caso, los obispos uruguayos lo hicieron (si fue por iniciativa propia hay que resaltar el mérito. Ver en https://iglesiacatolica.org.uy//wp-content/uploads/2012/08/Ante-el-problema-de-la-poblacion-mundial.pdf)
Sea lo que sea, es un texto interesante, que respira los últimos tiempos del primer impulso post-conciliar en la CEU. Y que también denota una fuerte influencia de Medellín, aunque no lo cita. Sí cita, y constituye la médula de su análisis, a HV y PP, y, menos, el Vaticano II. La dimensión del texto no permite citarlo, pero al menos digamos que debe ser el único en la historia de la CEU que se detiene a hacer una lectura del problema poblacional del Uruguay y a analizarlo con la doctrina de la HV, aunque pareciera que el tono, firme pero mesurado, respondiera más a la tonalidad de Medellín. Está muy presente la categoría de ley natural/ley divina, pero la vertiente “socio-política” es bien clara, así como el reconocimiento de la responsabilidad de los esposos.
“Denunciamos el control de natalidad impulsado desde los centros de poder como contrario a la voluntad del Creador y como una nueva forma de colonialismo cultural, y exhortamos a las autoridades nacionales a promover, a través del Ministerio de Cultura, la elaboración de una política demográfica y familiar, logrando así que por medio de una discusión abierta sobre esta problemática, nuestro pueblo pueda ejercer el derecho de decidir por sí mismo sobre un tema que debe interesarle vitalmente”, dice el n. 17. Y para terminar, la CEU demuestra su agrado con los “principios que lleva la delegación uruguaya a la próxima conferencia de Bucarest”.
De hecho, el “Informe Kissinger” (1974), destinado a profundizar las políticas de EE UU en el control demográfico del Tercer Mundo e inspirado por la misma concepción citada antes del presidente L. Johnson, hace una evaluación de Bucarest en que dice: “hubo una consternación general, por lo tanto, cuando al comienzo de la conferencia el plan [preparado por la ONU, con gran influencia de los EE UU] fue sometido a un ataque fulminante que se prolongó por cinco horas, encabezado por Argelia, con el apoyo de varios países africanos; Argentina, apoyado por Uruguay, Brasil, Perú, y, en forma más limitada, por otros países de Latinoamérica; el grupo de países del Este europeo (menos Rumania); el PRC y la Santa Sede”. Recordemos que este informe fue precedido por otro, realizado por Nelson A. Rockefeller (1969), casi contemporáneo con la HV. En ambos, la Iglesia católica es vista como una peligrosa adversaria de los planes norteamericanos, sobre todo en América Latina.
¿Y Francisco?
Citamos al inicio esas palabras de Francisco, que hicieron ruido más que nada por los términos usados. Y que revelan por lo menos una cosa clara: ya es algo bien asentado la aceptación y aun actitud favorable de la Iglesia a la planificación responsable de las familias. Otra cosa son los métodos que se empleen. Ahí radica la gran polémica/enfrentamiento con las políticas de los gobiernos y organismos internacionales. En ese sentido, parece necesario reconocer la coherencia y firmeza de la posición eclesial, y el papel que ha jugado y continúa jugando en la defensa de la dignidad de las familias y pueblos del Sur. La polémica sobre los métodos viene desde la HV y no ha parado, también en el seno de misma Iglesia.
¿Es la valoración de Francisco de la misma encíclica fruto de su condición de latinoamericano y por tanto de la dimensión “política” de ella? Podría pensarse así, cuando conocemos determinadas influencias en su pensamiento. Por ejemplo la de la posición de Víspera en el asunto, en particular de Methol Ferré. Es algo que será necesario ver mejor, en el contexto del proceso desatado por el actual obispo de Roma con los dos sínodos sobre la familia y la Amoris Laetitia.
Precisamente, en el cuestionario (fines de 2013) de preparación del primer sínodo (2014), se incluyeron dos preguntas sobre la dimensión demográfica, aunque no haya sido ese un tema central. En ellas ya se puede entrever el desplazamiento de la problemática al decrecimiento de la población, ya que parten del supuesto de que habría que “promover los nacimientos”. En el mismo cuestionario está muy presente toda la perspectiva de la ley natural que Francisco ha redimensionado mucho en su enseñanza y que luego los sínodos han en general soslayado.
En cuanto a ambos sínodos en sus documentos finales, votados como se sabe por los obispos participantes, han concedido una atención reducida a la problemática demográfica. En línea con el primer cuestionario, el título en 2014 es “transmisión de la vida y el desafío de la disminución de la natalidad” y comprende dos numerales, 57 y 58. Allí se invita a “redescubrir el mensaje de la HV” que resume como “respetar la dignidad de la persona humana en la valoración de los métodos de regulación” (en la llamada “relatio post”, la que el cardenal húngaro Erdo leyó en la mitad de las sesiones, muy criticada por su apertura, se insiste en la atención concreta de la vida de las parejas para discernir esa cuestión). En cuanto a la sesión de 2015, permanecen los mismos elementos y se añade la Familiaris consortio de Juan Pablo II como referencia.
¿Qué decir por fin de la Amoris laetitia” (AL)? Ni en el tema de la fecundidad del matrimonio, ni más ampliamente en la cuestión demográfica o en la de los métodos de regulación, la Exhortación va más allá de los sínodos, es decir de una ratificación en muchos casos implícita de la doctrina más constante. Sin embargo, la gran novedad de la AL, según muchos analistas, está en el desarrollo de la perspectiva del proceso de acogida-acompañamiento-discernimiento, lo que podría abrir nuevos desarrollos, sobre todo en la búsqueda de no atar tan drásticamente las dimensiones socio-política e interpersonal. Es decir, el juicio sobre las políticas de control demográfico y sus métodos, con la responsabilidad de la pareja en ese campo para regular su prole. Esta es una cuestión que se discute en la Iglesia con ardor desde la gran polémica posterior a la HV.
En conclusión podríamos decir que en el pontificado de Francisco no se pondrá en tela de juicio la enseñanza y la lucha de la Iglesia por defender y promover la dignidad y autonomía de cada pareja, y pueblo, para tomar en sus manos las decisiones que tienen que ver con su descendencia, sin tener que someterse a poderes o condicionamientos exteriores a ella. Pero al mismo tiempo no es descartable que en ese preciso terreno se sigan buscando caminos menos arduos que el de los llamados “métodos naturales de regulación” para que las personas y familias concretas puedan manejarse con más libertad y responsabilidad. Y una reducción de la influencia de la concepción rígida de la ley natural en la doctrina.
Recomendamos como muy interesante el análisis del jesuita norteamericano Richard McCormack: https://sinodofamilia2015.wordpress.com/2015/06/08/humanae-vitae-mccormick-2/