Tuve la oportunidad hace pocos días, el domingo de Ramos, de conocer personalmente a Ebrima, uno de los refugiados africanos que ha logrado la integración en Aosta, Italia, gracias a la ayuda de las Iglesias involucradas en este proceso, y también a la acogida de una familia uruguayo-italiana. Y no conocí, pero sí me contacté por video llamada con Muhammed, su gran amigo, que fue el primero en vincularse con esta familia.
La historia de estos muchachos es impactante. La conocía precisamente a través de la familia de Gerardo, uruguayo que emigró a los once años, y su esposa Lorella, italiana. Conocía por fotos a estos africanos (de unos 350 refugiados en la zona), los veía cada domingo “cocinando y comiendo en familia” o paseando con ellos por algunos sitios cercanos a Aosta. Sabía también que hace unos meses comparecieron Lorella y una de las hijas, Giulia, de 21 años, en Turín, ante un tribunal para “defender” la plena integración de Ebrima en la sociedad trabajando, estudiando y teniendo vínculos sólidos. Previamente habían enviado un informe escrito. Luego de la entrevista el juez falló a favor otorgándole la estadía legal por dos años, luego de los cuales habrá otra instancia.
Los datos que tenía, el entusiasmo que percibía en los relatos familiares sobre estos jóvenes, fueron confirmados ampliamente al compartir con ellos el domingo y ver la alegría de Ebrima y de todos, la relación tan familiar en la cotidianidad, así como saber detalles que ignoraba sobre la historia de Muhammed y Ebrima, que creo nos aportan un testimonio de primera mano sobre el tema de este número.
Recorrido, tiempo y calvario hasta llegar a Italia
Los invito a tomar un mapa de África… el periplo es inimaginable sin el mapa.
Ambos son oriundos de Gambia, un país muy pequeño en la costa occidental de África, rodeado por Senegal, pero de distintos poblados y no se conocían. Ebrima nunca había ido a la escuela. Muhammed, sí. Ebri tenía dieciséis años cuando partió de su pueblo rumbo a Mali desde donde llegaban noticias de más abundante trabajo de su oficio, carpintero. Sufrió experiencias terribles atravesando África en diagonal, por el desierto del Sahara, pasando por Senegal y Mauritania llegó a Mali. Faltaba el agua, la comida, y debía luchar para sobrevivir y continuar viaje, en camiones o a pie a veces. Luego continuó camino cruzando Argelia hasta Libia donde fue capturado por una banda de raptores que obligan a pedir rescate a las familias; él se negó, y fue salvajemente torturado, apuñalado incluso, si no lo mataron entonces es porque uno de los raptores tuvo piedad del muchacho. Ya hacía dos años que había partido de Gambia…
Luego alguien le propuso trabajar en la construcción de una casa, comía una vez al día y su condición era la de esclavo, sin recibir salario y sin ninguna libertad. Hasta que otra persona lo libera y llega a Trípoli, pero allí es arrestado por ser ilegal, y pasa siete u ocho meses en prisión en condiciones inhumanas. Siempre la amenaza de la muerte, y ya iban más de tres años de camino.
A la prisión van algunos a buscar trabajadores, así es que Ebra vuelve a ser albañil por unos meses. Pero el peligro continuaba y nuevamente con su ser especial conmueve a un soldado libio -que suelen caracterizarse por la crueldad para con los ilegales-, quien le dice que si permanece allí será asesinado, lo pone en un taxi, lo conduce al puerto y luego a la barca ¡rumbo a Lampedusa!
Ebra se negaba a subir porque sabía de las muertes en el Mediterráneo y había perdido ya un amigo en el mar. Pero “es subido” casi a la fuerza. En esa travesía nadie murió, llegaron a Lampedusa 189 migrantes, en ese cruce -y una vez más en medio del miedo por la vida amenazada- es que conoce a Muhammed del que desde ese día son amigos inseparables. Llegan a Italia el 21 de julio del 2015, y el 24 al norte más occidental de Italia: Aosta, pequeña ciudad de 39 mil habitantes -distribuidos por la Cruz Roja Italiana-. Allí sus vidas cambiarán.
La familia, la integración plena: el milagro
Ambos son ávidos por aprender, inteligentes y sensibles, abiertos a la nueva cultura, curiosos, además de muy afectuosos y “familieros”. Ebra está en proceso de alfabetización, ahora con la ayuda incondicional de Lorella y Giulia; en tanto Muhammed ya va terminando el Bachillerato, pero el examen final es en italiano y en francés. Allí es donde se encuentra Muhammed con Lorella, que se había ofrecido como voluntaria para dar clases de francés a refugiados.
De la clase a la casa el paso fue inmediato, y al entrar al hogar de los Gallo-Martino, conformado por el matrimonio y tres hijos Silvia, de 23, Giulia de 21 y Lorenzo de 17 años, Muhammed, de 18 años, trajo consigo a su incondicional amigo Ebra tres años mayor. Desde hace meses comparten todos los fines de semana, además de los cumpleaños de la familia extendida, la Navidad, y toda celebración posible. Van con Lorenzo a jugar al fútbol, con Gerardo y Silvia a tocar en la banda musical, ¡comparten la vida! Conversan largos tiempos sobre temas familiares y religiosos (ellos son musulmanes y los que los acogen católicos prácticos). Ahora se ven casi todas las noches y los dos llaman “mamma” a Lorella, y “papi” a Gerardo. Éstos me lo contaron el domingo, felices y orgullosos.
A Ebra le encanta cocinar y los deleita con platos africanos, a Gerardo le encanta hacer el asado en su medio tanque, a la uruguaya, así que alternan pasta que hacen Lorella o las hijas, la carne y los chorizos -que ellos no comen por su religión-, con especialidades africanas; cocinan juntos, y ese ritual familiar de la previa, y luego la larga sobremesa o el paseo, los une cada vez más. Un dato adicional: hace un mes Muhammed cumplía 19 años, y tuvo su primera torta de cumpleaños y su primer festejo en la casa de su nueva familia. Imaginar la felicidad de este muchacho es difícil, ya que en su pueblo no es costumbre, y se vio agasajado de una forma nueva y muy especial, pero creo que mis amigos estaban más felices aún.
Transcribo el final del alegato que escribió Lorella y luego fue a defender ante el juez en Turín: “Con mis hijos dialogan y buscan puntos de encuentro o de diferencia sobre muchos temas, pero para todos nosotros la conclusión es que el amor, el quererse bien, es lo que realmente nos hace Humanos. Para nosotros es importante respetar y que él siga su fe y le hemos dado un espacio para sus oraciones, como lo tenemos para la familia… Es uno más de la familia y a la noche cuando lo llevamos a su casa, nos despedimos como de nuestras hijas cuando se van a Turín a la universidad, y no vemos la hora de volver a verlo. Y cada día nos comunicamos por whatsapp con ellos como con nuestros hijos”.
Termino el testimonio con gran esperanza: la integración es posible. Y con una confesión de Ebrima: “Muchas veces me pregunto por qué no he muerto, si tantas ocasiones estuve a punto. Ahora lo sé, tenía que encontrarlos a ustedes y a Giulia” (que ahora es su novia).