¿Nunca experimentó que no cabía en sus costuras, en su piel? ¿Que su corazón parecía explotar? ¿Alguna vez experimentó que, desde dentro, en Usted crecía una fuerza que pujaba por romper todo lo que le quisiera contener? Algo así como que hubiera que quitarse la ropa… abrir las ventanas… gritar a toda voz… correr al teléfono… anunciar desde la azotea, porque vivía algo que tenía que encontrar eco en los confines del barrio, del planeta, del universo? ¿Nunca sintió que el mundo le sonreía, que las estrellas le respondían titilando, que los árboles se inclinaban para saludarlo y que los rostros de siempre parecían iluminados? Quizás fue cuando el primer beso…cuando tuvo a su hijo por primera vez en los brazos…o el día en que le conoció la sonrisa… A lo mejor fue un simple sol naciente o poniente…, un paisaje nuevo, una noticia anhelada, una simple palabra que tenía ecos de lo grande, lo inmenso, lo profundo…
Se lo digo de otra manera: ¿Nunca sintió que el mundo hasta ahora conocido parecía una mortaja que se desprendía, una cáscara que se rompía, un peso que se evaporaba? ¿Nunca vivió que salía… que se abría… que todo parecía realmente nuevo? Ese día, ese instante, ese momento con sed de volverse eterno, ese día vivió Pascua, el paso, el salto, ese que nos dice la verdad más grande: No cabemos en nosotros mismos: el cuerpo nos queda chico y chico nos queda el corazón, el cuarto, la casa, el barrio, el mundo nos queda chico y explotamos…nuestros brazos se estiran queriendo abrazar el horizonte y nos resulta tonto estar parados sobre el suelo: queremos saltar, podemos volar, podemos abarcar en nuestra pequeñez el día y la noche, el más y el menos, el arriba y el abajo, abrazándolo, mimándolo, sintiéndolo nuestro y en todo ello sostenidos, alentados, confirmados: no es sólo ilusión.
Es Pascua.
Los estudiosos del Universo y su origen, los que se preguntan cómo empezó todo y de dónde viene, los que estudian los majestuosos techos de estrellas y los fondos de los mares, creen haber llegado a una conclusión: al principio, todo, todo lo que existe, todo lo que ya fue, todo lo que vendrá, todo, todo… se lo pueden imaginar?… todo estaba concentrado en un punto, el más diminuto que podamos imaginar y el más cargado de energía que haya existido jamás. Y entonces aconteció una explosión: Big Bang!!!! Fue como que se abriera un abanico… fue como el momento en que se rompe la piñata… fue como cuando explota la vida en el jardín de primavera…fue como ese montoncito de agua estallando contra la roca y volviéndose burbuja, espuma, vapor que llega al cielo. Y todo moviéndose, y todo cambiando, mares y montañas, soles y lunas, prados y desiertos, y cada cosa guardando su secreto y su fuerza, y cada cosa abriéndose como un nuevo abanico de nuevas creaciones y nuevos colores y nuevos impulsos. Y así también fue en un principio la vida, explosión que nada, que vuela, que se arrastra, que corre, que se pone de pie, que se vuelve varón y mujer, que se alegra y se mueve y baila. Y allí no terminó todo. Ahí recién empezó el misterio de una nueva explosión, un nuevo Big Bang creador, con tanta energía como para hacer nuevas todas las cosas: la explosión del amor: “tú sí que eres carne de mi carne, huesos de mis huesos”… contigo puedo ser uno… contigo puedo dar vida… por ti puedo dar la vida… Una onda que se expande y dilata y se abre hacia el infinito…, la vida, el ser humano, el amor…
Pero ese movimiento inmenso puede sobrepasarnos, hacernos sentir pequeños y perdidos y hasta asustarnos. Entonces Dios, cuyo corazón y cuyo amor es la fuente de todas las explosiones creadoras, de todas las explosiones que aspiran a la felicidad, quiso mostrarnos el misterio de los misterios de un modo cercano, a nuestra medida, y nos regaló a Jesús: unió en él la explosión del Universo, porque nada ha sido hecho sin Él; unió en él la explosión de la vida: porque toda su vida fue una afirmación de que vivir tiene sentido, que vale la pena, y porque toda su vida hizo viva y mejor la vida de los otros. Dios unió en Él la explosión del amor, de ese que no se detiene ante nada, no se avergüenza por nada, se inclina ante toda miseria humana y destroza el mal a fuerza de bien, destroza la lejanía y el rechazo a fuerza de abrazos, destroza el miedo abriéndonos a la confianza de ese Padre que no dejó librado a su sola suerte ni a los mares, ni a los dinosaurios, ni a los lirios del campo, ni a uno solo de nuestros cabellos.
Un mundo en explosión y crecimiento es un mundo siempre en cambio y siempre en crisis. Y el Viernes Santo celebramos la más dura de todas las crisis de la historia: la humanidad confundida, la humanidad que a veces cree que hay que ser realistas y dejar de soñar y entonces se conforma con lo estrecho, lo angosto, esa humanidad quiso elegir lo mediocre, le faltó confianza, no quiso el riesgo de vivir hacia lo inmenso. En la cruz, la humanidad, intentó acallar toda palabra buena y toda palabra que mueve hacia lo grande; en la cruz intentó apagar la luz que nos muestra que detrás de cualquier horizonte que intentemos alcanzar, sigue vivo el sol y que no podemos detenernos, porque somos hijos de la luz que no tiene ocaso; en la cruz, se apagó la esperanza que nos mantiene en camino y no nos satisface con nada que sea a medias. En la cruz los hombres quisimos apagar el amor y convencernos de que alcanzan los sentimientos chicos, los egoísmos compartidos, las entregas que no molestan.
Pero fracasamos. El fruto de la explosión del amor de Dios por los hombres, Jesús, levantó su mirada al Padre. En sus ojos miró a Dios por todos nosotros, y recogió nuestra sed de infinito. A su espíritu, cargado de lo mejor del espíritu de cada uno de los hombres, lo puso en las manos del Padre. Y el abanico del Universo entero, el abanico de la vida en todas sus formas y colores, el abanico del amor en todos sus encuentros, todo pareció ahora concentrarse, se fue como cerrando y envolviendo en el corazón del Hijo, y se volvió noche el mediodía, y todo, todo lo que existe y existió y existirá, todo se detuvo allí donde se cruzan los maderos de la cruz, se detuvo allí donde un hombre comulgaba con Dios y su proyecto de vida. El Padre volvía, en el Hijo entregado, a sostener todo en sus manos y el Espíritu, ese que al comienzo de los tiempos aleteaba sobre las aguas, el Espíritu se decidía por volver a ser la fuerza que lleva todas las cosas a plenitud, el que mueve sin pausa, el que eleva sin miedos, el que ahonda sin vacíos.
El Viernes Santo quedamos en suspenso. Hoy celebramos la explosión de todas las explosiones, el Big Bang del que todo pende y en el que todo vive: se llama Jesús Resucitado, se llama Pascua, se llama vida nueva, expansión, dilatación, movimiento, se llama gloria: lo que Dios hace y nada ni nadie podrá ya más detener, a pesar de los pesares, a pesar de las tumbas renovadas en las que insistimos meter la vida, a pesar de todo, el mundo vive su expansión definitiva, su crisis final, que por supuesto duele y da trabajo, pero es la crisis del nacimiento que no conoce ocaso: Cristo, Resucitado de entre los muertos, vive con nosotros, su Espíritu mueve sin cesar, el Padre espera para recoger toda su obra, purificada y liberada del pecado y la muerte, transparente, luminosa, henchida de amor, en la fiesta sin fin, en la explosión del Aleluya definitivo, para que Dios sea todo en todos.
Si Ud. siente que no cabe dentro de sí, no se preocupe, no está engordando, lo que pasa es que hoy y mañana y siempre, regalo del amor de Dios, hoy, mañana y siempre, es PASCUA.