La celebración ecuménica previa a la Marcha del silencio es una ocasión para encontrarnos, celebrar la memoria, rezar juntos y salir a caminar por las calles, entre tantos y tantas, con quienes comulgamos el mismo deseo de justicia. Este año la pastora Araceli Ezzatti y el sacerdote Paul Dabezies nos acompañaron con sus aportes, que suscitaron una reflexión colectiva de conmemoración. A continuación compartimos las palabras de la pastora.
La defensa de la vida
La propuesta es partir de la lectura del evangelio de Marcos (15:42-47- 16:1):
“Cuando vino la noche, porque era la preparación, la víspera del sábado, José de Arimatea, miembro noble del Concilio, que también esperaba el Reino de Dios, vino y entró osadamente a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se sorprendió de que ya hubiera muerto e informado por el centurión, dio el cuerpo a José, el cual compró una sábana limpia, lo envolvió en la sábana, lo puso en un sepulcro que estaba cavado en una peña e hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro… Cuando pasó el sábado, María Magdalena, María la madre de Jacobo y Salomé, compraron especies aromáticas para ir a ungirlo”.
Los pasajes de la Pasión leídos y releídos millones de veces se reciben y comprenden desde diferentes situaciones y perspectivas. Hay quienes los espiritualizan diciendo: era la voluntad de Dios que Jesús padeciera para nuestra salvación. Lo repetimos muchas veces al tomar la comunión. Uno se pregunta: tortura, escarnio, dolor, muerte humillante ¿será la voluntad de un Dios de Gracia? ¿No será más bien la prepotencia de los poderes humanos que llevaron la encarnación hasta sus últimas y peores consecuencias, como dueños de la vida y de la muerte?
Hay también quienes interpretan a Jesús como un heroico solitario, casi un camicace, cuando en realidad representó y luchó por un colectivo oprimido, tan alienado que al fin también lo condenó.
¿Desde dónde leemos estos pasajes en esta hora?
Repasar todas las mentiras, las trampas, los juegos de poder que atraviesa el juicio y la crucifixión de Jesús es transitar por tiempos que también nosotros hemos vivido. Un juicio ilegal en tiempo y forma, la ausencia de defensa, la burla, la tortura física y psicológica, las mentiras públicas de las autoridades para justificar tales excesos, la manipulación de la gente. Sin embargo, en medio de tanta oscuridad, hay una tenue luz: un pequeño grupo que en medio de la persecución se atreve a decir “Él es de los nuestros, debemos arrancarlo de las manos que lo retienen”.
Es interesante la presencia de José de Arimatea, un hombre muy poderoso, que la tiene clara, hay que llegar al poder y se planta frente a Pilato: “Pilato, dame el cuerpo”. Pilato, aunque asombrado, entrega el cuerpo. Las mujeres rodean este momento preparando las especies aromáticas y así unirse a los ritos sagrados de su pueblo, su fe. Los ritos de purificación, sábanas limpias, tumba no usada, perfumes. Ritos familiares y sociales que muchas veces conservamos las mujeres como signo de identidad, vínculos profundos que no borran la muerte: memoria.
Esas acciones de este pequeño grupo, que luego se hará legión, es una manera de decirle a su maestro: “Has vuelto a tu pueblo, te sacaremos del espacio nefasto del poder”. Jesús vuelve a su pueblo ya en el sentir, la energía, el testimonio de cada creyente. Jesús escapa al poder de la muerte física y su poder se universaliza. Un poder que no será jamás abatido. Tan fuerte desde el comienzo es este poder que genera el miedo de los poderosos.
Sólo Mateo (27:62-66) cuenta que: “Al día siguiente, que es después de la preparación, se reunieron los principales sacerdotes y los fariseos frente a Pilato: `Señor, nos acordamos que aquel mentiroso, estando en vida dijo: Al tercer día resucitaré. Asegura pues el sepulcro, no sea que los discípulos lo hurten y digan al pueblo: Resucitó de entre los muertos’. Y será el último engaño peor que el primero. Pilato dijo: ahí tienen la guardia asegúrenlo como saben…”
Los poderosos se desesperan y desarrollan las estrategias del ocultamiento: sellar la piedra y usar la fuerza física; el ejército es su instrumento predilecto.
La búsqueda del cuerpo, la recuperación de los nuestros, es una caminata del pueblo en la que debiéramos intervenir todos y todas desde donde estemos, con la fuerza que tengamos. Pero también las fuerzas sociales y gubernamentales para generar la voluntad política y los recursos necesarios. Es un desafío a las nuevas generaciones y a los procesos educativos, al compromiso personal y social. Este caminar va generando una fuerza espiritual, política y social que es invencible, tan enorme que no hay fuerza ni represión que la detenga, en tanto que los que en otros tiempos tuvieron poder se debaten en el miedo, la desintegración de sus estructuras de poder y su propio deterioro personal. Los cristianos creemos en un Dios de Gracia y de Justicia, por lo cual hacemos nuestra parte confiando en que la verdad se hace visible cuando nos unimos y juntamos nuestras fuerzas con todos quienes están trabajando por la defensa de la vida.