Cuidarnos mejor unos a otros

Número 43 – Por Pablo Bonavía 09/2015

 

La violencia ha ido ganando terreno en nuestra sociedad. No podemos negarlo. Aunque es cierto que ella ha acompañado siempre la convivencia humana hoy sentimos que está ocupando espacios que hasta ahora se consideraban libres de su amenaza. Se traspasan nuevos límites y se abren el camino a una violencia de todos contra todos. Y eso, naturalmente, nos atemoriza, nos pone a la defensiva, nos incita a pensar en rejas, alarmas y otras medidas preventivas que den más seguridad a las personas, familias o instituciones del barrio. Algo legítimo, por supuesto, que busca dar una mínima protección a quienes se sienten en riesgo permanente de ser agredidos en sus derechos  y dignidad fundamentales.
¿Es esto suficiente? Todo indica que no. Al contrario: quedarse exclusivamente en medidas puramente defensivas a nivel personal o grupal lleva a perder cada vez más terreno.  Se transforma en una conquista para quienes se aprovechan del creciente abandono de los espacios comunes y marcan como propios territorios antes compartidos por todos. Puede incluso hacernos olvidar algo aún más importante: que la vida humana es toda ella una trama, una construcción en red, y que, por eso, nos necesitamos unos a otros. El aislamiento, la indiferencia, el abandono de  unos por parte de otros se transforma en una especie de lento pero seguro suicidio colectivo. Una renuncia de antemano a lo que hace realmente humana la vida.
En este sentido los acontecimientos vividos en la parroquia últimamente son reveladores. A partir de hechos violentos que todos rechazamos se puso de manifiesto la solidaridad de una cantidad de vecinos e instituciones que en una asamblea barrial quisieron proponer un enfoque que vaya más allá de las medidas de auto-protección: se trata de cuidarnos mejor los unos a los otros.  ¿Una utopía? ¿Un planteo poco realista?  No, algo que en pequeña escala ya se hace silenciosamente en muchos espacios educativos y sociales de los que todos nos servimos en nuestra zona y que intentan trabajar en red: el Centro de Escucha, La Pascua en sus diversos espacios, la Policlínica, la Casa de la Mujer, el trabajo incansable de las Hermanas Franciscanas, los nodos, el SOCAT y tantos otros… Lugares donde busca ir a la raíz de la violencia y se educa no sólo para evitar el daño que recibimos nosotros de los demás sino incluso el daño que, en otro plano y en el largo plazo, el agresor se inflige a sí mismo, en muchos casos más profundo y duradero que el que provoca en los otros. Se trata de brindar a niños, jóvenes y adultos, posibilidades reales de afecto, educación, autoestima, salud, capacitación, trabajo, deporte, juego. Algo que ayude a abrir caminos, descubrir capacidades y estimular responsabilidades sobre todo en quienes arrancan su trayectoria por la vida con más obstáculos.
Esto supone abandonar la costumbre de definir a los otros por lo que les falta y no por sus posibilidades de ser, crecer y aportar. Creemos que en realidad hay que partir de lo que nos falta a todos cuando alguien no llega a ser lo que está llamado a ser.  Partimos de las posibilidades que hay inscritas y no desarrolladas en todos/as  teniendo como horizonte lo que podemos llegar a ser juntos cuando actuamos solidariamente y desde los derechos de los más golpeados.
Hay mucha cosa buena en el barrio que está como invisibilizada  Recuerdo las primeras estrofas de una canción de Teresa Parodi llamada  ‘Que no se ve’: ‘Cuánta poesía tiene la vida que no se ve, cuánto milagro, pan cotidiano, que no se ve, vaya a saber cómo se mira que no se ve…’  Se trata de ser honestos con la realidad. No necesitamos disimular lo negativo, que no es poco, pero sí luchar contra cierta ‘cultura de la queja’ que muchas veces tiene como consecuencia justificar nuestra pasividad. Y comprometernos a apoyar lo que tantos vecinos hacen espontáneamente para cuidarse a sí mismos y a los demás y lo que hacen distintas  instituciones de barrio trabajando en red para cuidarnos a todos. Si lo logramos, la violencia habrá comenzado a perder.