Me pidieron escribir sobre el II Congreso Continental de Teología de Amerindia realizado en Octubre del año pasado. Ya pasados cuatro meses del congreso, no me voy a detener sobre los detalles de la organización, el esquema de cada día ni en lo que se habló en cada conferencia y taller. Sino que voy a hablar desde mi experiencia afectiva, aquello que hoy en día sigo atesorando en mi corazón, aquello que movió lo más hondo de mí.
En ese sentido, lo primero que destaco es la alegría, desde las primeras sonrisas que nos recibieron en el aeropuerto y la bienvenida de todos a medida que nos íbamos conociendo. Pero también durante todo el congreso, en donde se respiró una ambiente de júbilo, de alegría, de fraternidad.
Con la fraternidad me remito al siguiente punto, la humildad, ya que no puede existir la primera sin la segunda. Me sorprendió la humildad de los expositores en general, de quienes organizaban, de los sacerdotes, las religiosas y los religiosos y especialmente de las grandes figuras, “los dinosaurios”, como les decían. Todos compartíamos los mismos espacios, los mismos tiempos de espera, todos con una gran disposición a compartir. Se logró percibir esa cercanía que hacía que todos nos sintiéramos parte, que todos éramos tratados con igual respeto.
Como algo personal, me llevé también la anécdota de haber conocido personalmente al fundador de la Teología de la Liberación y a otros destacados que han aportado mucho a esta corriente.
Una actividad destacada en el congreso fue la oración de la mañana. Que entre presentaciones, canciones, lectura de la Biblia y actuaciones, cada día nos transmitía un mensaje (sobre la pobreza, el medio ambiente, la situación de las mujeres, etc.) que iba resonando en nosotros y que, de algún modo, iba despertando nuestras emociones, preparando nuestro corazón para el resto del día, enfocando nuestra mirada hacia una misma dirección.
Esa mirada que fue orientada, durante todo el congreso, a la historia de nuestro pueblo, nos acercaba, nos hacía hermanos entre los que estábamos presentes, pero también con el resto de nuestra Latinoamérica y del mundo entero. Despertó en mí eso de sentirme latinoamericana (algo que en general no nos pasa a los uruguayos), ganando en respeto y valorización de las diferentes culturas.
Interioricé que la evangelización no puede ser equivalente a la imposición de una cultura, la cultura occidental, sino que la misma fe puede tener diferentes teologías, según lo que cada uno es, según las costumbres de cada pueblo. Que la teología debe ser necesariamente inductiva, donde las vivencias de fe de cada uno sea el punto de partida y no hecha desde una teoría que luego hay que forzar a aplicar, aunque no tenga sentido para el corazón de los creyentes.
Ese enfoque nos habla de una fe vivida desde ser pueblo, de una fe encarnada en el mundo, no de la fe individualista que se basa en el aislamiento para la salvación. Aprendí, entonces, que no se puede hacer teología desde un escritorio, sino que siempre debe partir desde la experiencia, por eso una teóloga debe estar siempre en contacto con la realidad y especialmente con la realidad de los pobres, de los desfavorecidos del mundo.
Por lo tanto, no puede existir tampoco una única teología válida para la Iglesia, sino que ésta debe enriquecerse de todas las teologías desarrolladas, por lo que el respeto y la tolerancia sobre las experiencias de cada uno están necesariamente por encima de las leyes escritas.
Me encontré con hombres y mujeres con mayor o menor renombre, que no solo han permanecido en la Iglesia, sino que la construyen, que mantienen el espíritu, que no se rige por reglas estrictas a cumplir sino que le hablan al corazón de cada hermana y hermano. Con hombres y mujeres que luchan por una reforma eclesial, por una organización más horizontal y menos autoritaria.
Me encontré con una Iglesia Viva, una Iglesia inclusiva, que acepta a todos por lo que son, universal, realmente católica. Una Iglesia con una clara preferencia por la opción por los pobres, la que vino a proclamar Jesús. Como lo decía el mismo lema del congreso una ‘Iglesia que camina con Espíritu y desde los pobres’.