500 años de la Reforma

Esta edición de octubre y noviembre de nuestra revista no podía dejar de prestar una atención muy especial a ese acontecimiento que los cristianos conmemoramos este año: los 500 años de la Reforma que el 31 de octubre de 1517 inició el monje agustino alemán Martín Lutero.
Cuando el año pasado se planteó la cuestión de si y cómo iban a participar los católicos en la conmemoración de la efemérides, no faltaron personalidades que quisieron zanjar la cosa diciendo que la Iglesia de Roma no tenía nada que celebrar. Pero contemporáneamente se extendía la convicción de que esa no era la idea del papa Francisco, que iba a participar en el lanzamiento del año del quinto centenario en la ciudad de Lund, Suecia, el 31 de octubre del año pasado. Así sucedió efectivamente, y de seguro recordamos su encuentro con los líderes de la Federación Luterana Mundial y los fieles de esa Iglesia allí reunidos (la foto de su abrazo con la arzobispo Primada Antje Jackelèn fue todo un símbolo). Informamos del hecho en su momento y no estaría mal repasar esa nota, sobre todo por las palabras del mismo Bergoglio y demás testimonios allí recogidos (ver https://www.obsur.org.uy/articulos/luteranos-y-catolicos-con-el-corazon-en-la-mano-francisco-y-los-500-anos-de-la-reforma/).
Por este motivo dedicamos nuestras páginas centrales, tal vez más abundantes que de costumbre, a esta conmemoración con notas que solicitamos a líderes de varias comunidades protestantes de nuestro país. Mucho agradecemos su respuesta pronta y generosa y creemos que con esos testimonios de primera mano podemos colaborar a ese necesario conocimiento mutuo que nos permita progresar en el aprecio recíproco.
Porque no podemos negar que nuestras relaciones necesitan aún caminar mucho para llegar a esa fraternidad que el bautismo común exige. Porque realmente hemos recibido el mismo bautismo y esta realidad debería llevarnos a vivir mucho más esa hermandad. En cosas bien concretas, sobre todo superando toda desconfianza, esa que se fue construyendo a lo largo de esos casi cinco siglos de real conflicto y que hoy por gracia de Dios ha dado lugar a diversas formas de comunión (“del conflicto a la comunión” es el título del documento común de luteranos y católicos con ocasión de este quinto centenario).
Podemos citar una vivencia que tiene que ver con esta edición de Carta Obsur: pensábamos, cuando decidimos el tema central, que no hace muchos años atrás tal vez no nos hubiéramos animado a pedir a protestantes que nos escribieran artículos sobre su experiencia. ¿Y si decían algo que no estuviera estrictamente de acuerdo con la fe católica? ¿Y si planteaban cuestiones con las que discrepábamos y no sabíamos cómo contestar? ¿Y cuál podía ser la reacción de las autoridades de la Iglesia si nos hubiéramos animado a hacer eso? Gracias a Dios hemos superado esos temores y pre-juicios (literalmente) y podemos tener una relación mucho más des-prejuiciada, aunque sabemos que no todas son rosas en este terreno.
Un lindo ejemplo en los últimos días ha sido el taller sobre “María en la Reforma” en el marco del Congreso Mariano. En realidad, una celebración mariana con actividades públicas de relevancia en el mismo mes de octubre hubiera podido ser interpretada como una señal poco amistosa con los hermanos protestantes. Prueba de que no era así fue la iniciativa de incorporar ese taller, uno de los primeros en agotar los cupos. Y que estuvo dirigido por dos pastores luteranos, Jerónimo Granados, argentino, y Octavio Burgoa, uruguayo, quienes aceptaron ese servicio con alegría y buenísima disposición.
Experiencias así parecen ser las que necesitamos multiplicar entre nosotros, superar el carácter de excepcionalidad que todavía tienen. Para ello es menester que las relaciones fraternas entre nuestras diversas comunidades no se den sola o principalmente entre las cúpulas, digamos, o a nivel de responsables, sino que puedan ser protagonizadas más en la base, en los barrios que compartimos como espacios humanos en que estamos unos y otros llamados a ser testigos de Jesús.
Antes de finalizar, nos parece importante recordar el reconocimiento que el papa Francisco hizo en Suecia del aporte de Lutero y la Reforma a toda la Iglesia cristiana, y concretamente a la de Roma, por el ímpetu reformador que nos contagió. Ahora, después del Vaticano II, nos parece descontada, de cajón, la expresión Ecclesia semper reformanda (“Iglesia que siempre debe reformarse”) que por largo tiempo rechazábamos (algunos católicos siguen en esa… combatiendo a Francisco). Pero sobre todo por la valoración central de la Escritura y la voluntad de ponerla en manos del pueblo, cosa que tantos frutos está dando en nuestras comunidades.
Estamos agradecidos al Señor por hacernos vivir en esta época del cristianismo en que podemos mirarnos como hermanos con los hijos de la Reforma y reconocernos como un mismo pueblo que sin embargo necesita renovar cada día su búsqueda y oración por la unidad tan deseada por Jesús. Es grave responsabilidad de todos imaginar e implementar iniciativas concretas, ligadas a la realidad y a la vida que compartimos, para que se manifieste que queremos ser discípulos del Señor en este lugar y tiempo tan necesitados de esperanza.



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