Seguir a Jesús, intentar ser sus discípulos en este mundo nos presenta permanentemente tensiones. El mundo nos interpela, nos cuestiona, y la palabra de Jesús a veces cuesta encarnarla en la realidad. En este breve texto quiero compartir una reflexión personal a partir de tres pasajes bíblicos que en este último tiempo he ido madurando, resignificando y “haciendo carne”. Los dos primeros van en esta línea de vivir en el mundo, a veces “a contramundo”; la última es, por qué no, un grito de esperanza. Se trata, y pido disculpas por la aclaración, de una reflexión en proceso de maduración. Quienes se animen a alimentarla, a provocarla, a relacionarla con otras, bienvenidos todos los aportes.
En el mundo sin ser del mundo
“Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Jn. 17, 14-15).
Estas palabras de Jesús en sus últimos días son muy significativas. No obstante, hasta hace poco creo no haberlas entendido del todo. ¿Acaso este mundo no es en el que vivo? ¿No nací, no vivo, no trabajo, no creo, no disfruto, no sufro en este mundo? ¿Cuál es el otro mundo?
Creo, o así lo estoy viviendo en este tiempo, que se trata de la existencia de lógicas distintas. Una es la lógica del mundo, y otra es la lógica que nos invita a vivir Jesús. Y cuando tratamos de vivir según la lógica de Jesús, la cosa no siempre es tan sencilla.
Mientras trato de poner en palabras sensaciones, reflexiones y sentires que me han estado surgiendo estos días, me pregunto cómo hacerlo sin que suene a soberbia, a un “nosotros somos mejores” o a descalificación del otro. A pesar de esta incertidumbre, hago el intento.
Un ejemplo a modo ilustrativo. En confrontaciones, peleas, discusiones, suele producirse un alejamiento muchas veces momentáneo, otras más duradero. Pero en mi experiencia el perdón es curativo y cuando uno se acerca desde ese lugar, desde el “me equivoqué en esto, perdón” y el otro perdona, y también te dice “le erré en esto, perdón” y yo perdono… ahí se produce el acercamiento, se reanuda la comunicación y se reafirma que el afecto sigue intacto.
Resulta que otras veces me ha pasado que no. Me he mandado macanas, he hablado mal, y luego he tratado de reparar mi error pero no se produce nada. ¿Qué debo hacer? Me pregunto una y otra vez. Pido perdón, doy muestras de afecto, señales… pero del otro lado la señal que vuelve es “ya nada volverá a ser como antes”. Entonces, ¿el perdón no es reparador? No es que yo viva el sacramento de la reconciliación como tal, pero sí creo en la reconciliación como algo sanador y reparador. No obstante, a veces no sucede.
Hay cosas del evangelio que realmente son “a contramundo” en lo íntimo de las relaciones humanas. Hay una lógica que yo en lo personal creo haber recibido de Jesús, a través del Evangelio y de tantos testigos, que no es la lógica de mucha gente. Es eso que tantas veces escuché: estar en el mundo pero sin ser del mundo. ¡Pucha!, nunca lo había entendido o al menos no lo había vivido así como hasta hoy.
Acá viene la aclaración de lo que decía antes: no se trata de que seamos mejores que otros, para nada. Lo que sí creo es que Jesús nos plantea una lógica nueva, hasta hoy NUEVA, y vivirla a pleno nos lleva toda la vida. Quienes queremos seguir a Jesús vamos tanteando en el camino qué hacer, cómo seguir. A veces nos sale instintivamente porque hemos incorporado algunas formas, otras veces se nos plantean dudas, conflictos con nosotros mismos. Y en medio de esto, el conflicto con los demás, porque esa lógica de Jesús que yo misma siento que aún no capto del todo, eso que en definitiva es el Reino de Dios, no es la lógica del mundo.
No sigan la corriente del mundo en que vivimos
“No sigan la corriente del mundo en que vivimos, sino más bien transfórmense a partir de una renovación interior. No se entrometan en cualquier cosa, sino que aspiren a lo que se debe buscar. Que cada uno actúe según el carisma que Dios le ha entregado” (Rm. 12, 2-3).
Pablo en su carta a los cristianos de Roma nos ayuda a entender esas palabras de Jesús. El mundo muchas veces nos arrastra y nos enganchamos, casi sin darnos cuenta, en prácticas o sentimientos que no son los que Jesús nos ha enseñado y que, generalmente, luego nos traen un sinsabor del que cuesta recuperarnos.
Me cuestiono mucho cuando me enrosco en broncas y cotilleos sobre fulano o mengano, cuando gasto más energías en hablar mal de alguien o en desacreditarlo. Admiro mucho aquellas personas de las que nunca oigo un mal comentario sobre otro. Y no porque sean personas que no se comprometen o no pelean por lo que creen, al contrario; pero tienen una sabiduría especial.
Es eso que dice Pablo: “no sigan la corriente”, “no se entrometan en cualquier cosa”. ¡Qué fácil es a veces perder el foco! Sobre todo en el ámbito de las relaciones humanas, cercanas o no, es fácil sentirnos heridos y querer defendernos a toda cosa, o por ayudar a alguien meternos demasiado en la vida de otros, o hacer juicios a las apuradas.
Creo también que Pablo invita al compromiso. La idea no es desentendernos del mundo. Al contrario, y tal como ha sido el anuncio de Jesús en toda su vida, es actuar en el mundo “según el carisma que Dios nos ha entregado”. Y eso será tarea de cada uno, descubrir nuestra vocación. Aunque el mundo no me entienda, aunque parezca que no quiero comprometerme o evite el conflicto a toda costa. No es eso, ni aunque quisiera pudiera vivirlo así. Me meto en líos, constantemente, y quisiera evitar muchos de ellos, pero ante todo rezo para que sean en mí las palabras de Pablo a los Romanos.
La oración es sin duda una gran aliada para tratar de ser fieles a Jesús y evitar esos sinsabores lo más que podamos. No hay otra, hay que ponerlo en manos de Dios. “Les he dicho estas cosas para que tengan paz en mí” (Jn. 16,33).
La esperanza de siempre volver
“Si no se obstinan en rechazar la fe, serán injertados, pues Dios es capaz de injertarlos de nuevo” (Rm. 11, 23).
Esta reflexión me lleva a otra: ¿cómo vivir en el mundo, sin ser del mundo, siguiendo a Jesús, siendo felices, atravesando el conflicto de la mejor manera posible? ¿Cómo tener paz en medio de tantas tensiones?
Habrá conflicto, como lo hubo en el Edén y como lo habrá siempre. Y ahí estará la sanación siempre presente de Dios para injertarnos de nuevo al olivo. Creo firmemente en que Dios es capaz de recomponer, de hacernos volver a nacer.
Hay esperanza mientras seamos capaces de escuchar cada tanto lo que Dios nos dice en nuestro interior y renovarnos a partir de eso. Hay esperanza mientras el mundo nos alerte, nos cuestione, nos interpele, pero no nos arrastre. Hay esperanza mientras haya “locos, chiflados, apasionados, hombres capaces de dar el salto en la inseguridad”, como dice el P. Lebret.
Vaya si me siento tantas veces “a contramundo” últimamente. Pero todas esas palabras y tantos testimonios me dan la fuerza para confiar en que ese es el camino. Y eso, aunque me haga llorar, hasta sentirme sola a veces, me hace inmensamente feliz. Eso sí que es esperanza.
Por eso rezo: Que tu sabiduría, Señor, esa que viene de tu sabor, habite en mí. Solo así sabré el camino a seguir, aunque este no sea el del mundo.
“Dios de nuestros padres, Señor de misericordia, por tu Palabra hiciste todas las cosas, y por tu Sabiduría formaste al hombre para que domine a todas las criaturas por debajo de ti, para que gobierne al mundo con santidad y justicia, y tome sus decisiones con recta conciencia: dame pues la Sabiduría que comparte tu trono, y no me excluyas del número de tus hijos. (…) Haz que descienda desde el cielo donde todo es santo, envíala desde tu trono glorioso, para que esté a mi lado en mis trabajos y sepa lo que te gusta. Porque ella todo lo conoce y lo comprende; ella me guiará con prudencia en todo lo que haga” (Sab. 9, 1-4, 10-11).