COLOMBIA
Del viento del huracán al soplo del Espíritu

Es tarea urgente e imprescindible el aportar a la comprensión, aprendizajes y perspectivas de los resultados del plebiscito realizado en Colombia alrededor de la cuestión acerca de SI o NO el pueblo apoyaría los acuerdos de paz entre el gobierno y la guerrilla de las farc-ep. Es esto lo que me propongo hacer para responder a las preguntas que muchos amigos en diversas partes del mundo hacen al respecto.

  1. ¿Cuáles fueron los resultados?

El triunfo del NO se dio por un estrechísimo margen, (50.23% vs 49.76). Estos resultados muestran claramente el grado de división que existe en el país. Y es necesario decir que sin negar este grado y proporción de la división, el SI bien pudo haber ganado ya que la región Caribe colombiana, en la cual era claro que el SI gozaba de la mayor simpatía popular, fue azotada durante el dia de las elecciones por el peor huracán tropical (Matthew) que ha ocurrido allí en 30 años. Este hecho hizo que muy poca gente acudiera a las urnas y que en varios departamentos la jornada de elecciones, que debía durar 8 horas, se redujera a 4. Incluso muchos jurados de votación no pudieron llegar a las urnas a cumplir con su deber. Muy pocas personas esperaban que el NO ganara, pero aunque el SI hubiera ganado tambien hubiera sido por estrecho margen.

  1. ¿Por qué se dieron estos resultados? ¿Por qué triunfó el no?

Para explicar estos resultados me remitiré a 3 factores que considero determinantes:

     a. La influencia y capacidad de manipulación de los grandes medios de comunicación. El poder de los medios de comunicación en Colombia ha sido y es muy grande: la prensa hablada y escrita (radio y televisión de un lado y periódicos como El Tiempo, El Espectador, El Colombiano, el País, etc. del otro) son en buena parte los “educadores” del pueblo colombiano. Los programas radiales y televisivos constituyen la única fuente informativa y de opinión de millones de colombianos. Amas de casa y trabajadores de muy diverso orden pasan virtualmente todo el día escuchando programas radiales en su gran mayoría mediocres; y noticieros en los cuales se tergiversa la realidad, se muestra solo un aspecto de la misma y se amplifican las voces y opiniones de líderes políticos que se expresan en función de sus intereses y de los intereses de los grupos económicos que los financian.

Este hecho es muy importante comprenderlo y entre los aprendizajes mayores del proceso colombiano está el de crear y fortalecer medios alternativos de comunicación. El ejemplar ex presidente Mujica, quien ha acompañado y apoyado el proceso de paz en Colombia declaraba recientemente en Medellín (ciudad donde ha estado dos veces en pocos meses), que los grandes medios de comunicación son los principales enemigos de la justicia, la verdad y la paz en toda América Latina.

        b. La bajísima formación política y nivel de educación del pueblo colombiano y la consecuente tradición de abstención electoral. Como lo han demostrado diversas pruebas internacionales, la gran mayoría de los colombianos tienen un bajísimo nivel educativo y de hecho muy pocos leen libros o textos diferentes a los periódicos y revistas de farándula. Una de las razones más claras por las cuales el SI perdió fue que los ciudadanos estaban invitados a leer el documento o “acuerdo final para la solución del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera”. Este documento consta de 297 páginas, de las cuales unas 100 están compuestas por protocolos detallados respecto de aspectos como la dejación de armas por parte de la guerrilla, la concentración de los guerrilleros en zonas veredales de transición, la enumeración y descripción de las leyes y normas que el congreso debería aprobar para poner en marcha buena parte de todo lo acordado, los objetivos y sustentación de 17 planes nacionales que atraviesan todos los acuerdos, y así sucesivamente. Este documento era ciertamente un documento técnico, inspirado en parte en los desarrollos de otros procesos de paz en el mundo, los cuales habían sido profundamente estudiados y ahora superados o mejorados en aspectos cruciales como la Justicia transicional y otros puntos.

Si bien era un documento claro, requería de un buen nivel intelectual para ser comprendido. ¿Cómo podía esperarse que un pueblo con bajo nivel educativo y estresado en la dura lucha diaria por la subsistencia, tuviera siquiera el tiempo para abordar, terminar y asimilar dicho documento? Claro está que los acuerdos habían ido siendo publicados desde el inicio del proceso en la medida en que se iban dando y claro está que desde el inicio se llevó a cabo una labor pedagógica de explicación de los mismos: pero también es cierto que dicha labor solo era del interés de los especialistas y de los activistas por la paz. El gran grueso de la población no intentó leer los acuerdos sino a último momento, dado que se decía que nada estaba acordado hasta que todo estuviera acordado y que las farc durante la negociación habían dejado algunos asteriscos o puntos sobre los cuales era necesario volver.

Entonces, los adversarios del proceso decían que no se podía tomar partido sobre lo parcialmente acordado hasta que no estuviera todo definido. Tal vez este fue uno de los errores cometidos, entre otros, que hoy deben ser objeto de profunda reflexión y corrección en vistas al futuro: los movimientos sociales, el aparato educativo en todos sus niveles, las ongs, y en general todas las instituciones tienen ante sus ojos preguntas y realidades fundamentales que exigen respuestas consistentes, cambios y correcciones en sus maneras de actuar y de educar.

El arzobispo de Cali, el más claro defensor episcopal de todo el proceso de paz, en 10 cortas reflexiones denominadas “Diez cosas buenas de que haya ganado el NO”, expresó que ahora “somos más conscientes de la falta de compromiso y de educación política de una inmensa mayoría de colombianos que no votan”. Este bajo nivel de educación y de formación política, sumado a la corrupción electoral, los fraudes y la corrupción política, son los determinantes de una altísima abstención en todos los procesos electorales que se dan en Colombia. Dicha abstención fue mayor al 60% en el plebiscito y ha alcanzado la asombrosa cifra del 75% en una de las elecciones para presidente.

El bajo nivel de conocimiento de la historia del país, así como de la formación política permite comprender cuán relevante fue el relativo alto número de votos por el SI: estos votos fueron votos conscientes e informados, fruto de esfuerzos de formación y de educación importantes, votos cualificados que contrastan con los votos por el NO, muchos de ellos, si no la mayoría, fruto de una campaña que proclamó el odio, la mentira y la defensa de intereses económicos y ambiciones que han estado en el origen de la violencia que atraviesa toda nuestra historia. De hecho dicha campaña fue financiada por el grupo Ardila Lule, dueño de grandes empresas en Colombia.

Por si alguien duda de lo que afirmo alrededor de la campaña por el NO, un hecho relevante y que ha provocado la indignación de la ciudadanía ha sido el que el jefe de campaña por el NO reveló a algunos diarios la bajeza de la estrategia acordada para vencer: en sus propias palabras “no explicamos los acuerdos sino que a los pobres les dijimos que iban a perder los subsidios gubernamentales y a los ricos que les iban a aumentar impuestos y les iban a quitar la tierra”. Mintieron de manera consciente y deliberada respecto de los apoyos económicos que las farc recibirían para reintegrarse a la vida civil y económica, diciendo a los pensionados que su pensión sería rebajada y a los asalariados diciéndoles que las farc ganarían más dinero que ellos; mintieron diciendo a las Iglesias que los homosexuales se tomarían el país y así sucesivamente. ¡Qué vulgaridad! Como he dicho, la indignación que estas revelaciones ha causado hizo que el jefe de campaña por el NO tuviera que renunciar (“nada hay oculto que no será puesto a la luz” dice el evangelio).

      c. La posición timorata, ambigua y conservadora de importantes sectores de la Iglesia católica y de Iglesias cristianas. Particularmente dolorosa y verdaderamente escandalosa ha sido la posición de importantes sectores de la Iglesia católica ante la situación colombiana en general y ante la disyuntiva del plebiscito. Colombia cuenta con la jerarquía eclesiástica y la clerecía más conservadora de todo el continente y una de las más reaccionarias del mundo. De hecho la Conferencia episcopal declaró su neutralidad ante la opción por el SI o por el No en el plebiscito; pero en la práctica muchos sacerdotes y algunos obispos manifestaron sotto voce o abiertamente su oposición a los acuerdos de paz, acogiendo el argumento de la extrema derecha que afirmaba que con dichos acuerdos “se le entregaba el país a la guerrilla”. Nada más lejos de la verdad, pues los acuerdos, como ya lo hemos mostrado en otros artículos, favorecen a los sectores rurales, los más pobres del país, y daban paso a una apertura democrática concediendo a la guerrilla garantías para convertirse en partido político sin que sus militantes fueran asesinados. Gran parte de lo dicho en los acuerdos ya está en la Constitución Nacional y ahora se trataba de que realmente se cumpliera con lo escrito, con base en mecanismos de seguimiento y control en buena parte a cargo de la comunidad internacional (incluidos los Estados Unidos) que apoyó y continúa apoyando en un 100% el proceso de paz.

Muy doloroso ha sido para muchos católicos y hombres de buena voluntad, el contraste entre la crítica de la Iglesia a la guerrilla y su silencio o complicidad ante el paramilitarismo, que ha sido causante de la gran mayoría de las masacres, robos de tierras y que continúa su campaña incesante de eliminación de líderes y lideresas sociales y defensores de los DDHH. A ello se suma la alianza de buena parte de la jerarquía con sectas e Iglesias protestantes que, conjuntamente con las fuerzas políticas más retardatarias, atacaron los acuerdos de paz con el argumento de que favorecían la “ideología de género”. Resulta monstruoso por decir lo menos, que la Iglesia milite contra las organizaciones de mujeres que vienen educando la sociedad para que la violación, el maltrato y la discriminación que sufren no sea legitimada, y por el contrario, sea castigada. Los acuerdos de paz significaban un gran avance en cuanto al reconocimiento de los derechos de las mujeres así como en cuanto al reconocimiento de los homosexuales y lesbianas como ciudadanos y personas que merecen respeto y no ser objeto del “bullying” institucionalizado, ya sea en el aparato escolar o en las empresas y otras instancias. ¡Qué lejos está Ia Iglesia colombiana de las enseñanzas y posiciones del Papa Francisco! La Universidad “Pontificia” Bolivariana, con sede en Medellín, es hoy la cantera por excelencia de juristas y analistas que reproducen y nutren los argumentos contra la paz y la justicia, mientras dispensa generosamente reconocimientos honoríficos a políticos reconocidamente corruptos que salieron de sus claustros.

El gran porcentaje de votos por el SI a los acuerdos de paz, el gran desarrollo de fuerzas políticas y sociales que viene dándose en Colombia al calor del debate sobre el proceso de paz y en virtud del trabajo de miles de organizaciones sociales que quieren construir un país más justo, le debe su impulso transformador al hecho feliz de que el Espíritu Santo sopla donde quiere y no es propiedad de la Iglesia. Necesario es reconocer y felizmente también, que algunas diócesis, obispos (especialmente el Presidente de la Conferencia episcopal, Monseñor Luis A. Castro) y sacerdotes han dado testimonio de su compromiso cristiano y de manera explícita no solo han apoyado los acuerdos de paz sino que aportan elementos fundamentales de discernimiento de la situación a la luz de la fe en Jesucristo liberador y “Príncipe de la Paz”. Estos pastores, si bien minoritarios, parece que sí han leído y comprendido las Bienaventuranzas en las cuales se dice que “los que trabajan por la paz serán llamados hijos de Dios”, y que “los que son perseguidos por la Justicia heredarán el Reino de los cielos”.

       3. Hipótesis para un desenlace.

Termino de escribir  este texto el 7 de octubre de 2016, en medio de la “incertidumbre” por la que pasa Colombia sacudida día a día, desde el 3 de octubre, un día después del plebiscito, por manifestaciones y movilizaciones multitudinarias de múltiples sectores sociales que gritan” queremos  la paz”. Jamás en la historia había vivido el país un momento como este: el debate político está a la orden del día en las mesas de las casas, en las universidades y colegios, en las calles, los lugares de trabajo, las Iglesias… Las declaraciones y propuestas de dirigentes políticos, intelectuales y académicos, obispos y sacerdotes, partidos políticos y movimientos sociales, se multiplican. La crisis se ha convertido en oportunidad como ha dicho el Presidente Santos. Si algo queda claro de todo este proceso es que si bien el SI a los acuerdos de paz sufrió una derrota en el plebiscito, LA PAZ Y LA JUSTICIA como exigencias de todas las fuerzas vivas constituyen el primer punto de la agenda nacional. En efecto, los dirigentes del NO habían afirmado en su campaña que ellos también estaban por la paz, pero diferían respecto de la manera como esta se iba a lograr, objetando algunos de los puntos acordados con las farc-ep.

En lo inmediato el Presidente Santos, con gran altura y responsabilidad, ha convocado todas las fuerzas políticas, incluidas claro está, aquellas que se manifestaron por el NO, a un diálogo nacional cuyo objetivo es el de lograr un acuerdo en el menor tiempo posible. Como garante del orden público y como garante de la paz, que es un “derecho y un deber de obligatorio cumplimiento“ (artículo 22 de la Constitución Nacional), el Presidente ha decidido mantener el mayor logro del proceso, el cese al fuego y de hostilidades bilateral con las farc-ep, y ha reafirmado sus poderes institucionales, que permanecen intactos en cuanto a sus facultades legales para continuar un proceso de negociación con estas y otros grupos guerrilleros. Los negociadores del gobierno continúan dialogando con las farc-ep y también con ella disciernen los caminos para salir de esta crisis.

Es muy importante resaltar que las farc-ep han reafirmado su voluntad de paz. Este hecho, sumado a sus reiterados y públicos pedidos de perdón, así como al cumplimiento estricto que vienen haciendo de todos sus compromisos en medio del proceso de paz, les ha granjeado el respeto no solo de la institucionalidad sino de vastos y crecientes sectores del país y de la comunidad internacional. Los hechos desmienten las mentiras de la oposición, los gestos de amor y perdón, y la disposición a la reconciliación son argumentos más que contundentes contra las campañas de odio y las tergiversaciones que intentan mantener los líderes del NO.

El diálogo nacional ha comenzado y el ex presidente Uribe, jefe indiscutido del NO, ha reunido alrededor de su partido los líderes más caracterizados de la extrema derecha y ha expuesto sus objeciones a algunos puntos de lo acordado. Manteniendo mentiras quiere echar atrás aspectos tan importantes de los acuerdos como la restitución de tierras a quienes les fueron robadas; así mismo quiere que no haya ningún tribunal para los militares que fueron causantes de miles de violaciones a los derechos humanos, íasi como de miles de asesinatos de jóvenes pobres y desarmados a los que presentaron como guerrilleros en combate, entre otros hechos. Tampoco quiere el ex presidente y sus aliados que las farc se conviertan en grupo político y se les garanticen un mínimo (10 en total, de 260) de senadores y representantes.

Pero lo más importante como he dicho, es que durante todos estos días los partidarios del SI se han tomado las calles, exigiendo con firmeza la PAZ y la JUSTICIA, objetivos posibles con el logro de un acuerdo nacional que no desconozca los grandes avances en la negociación llevada a cabo con las farc-ep. El momento histórico que vive Colombia es realmente grandioso. Si la fuerza de un huracán tropical impidió el triunfo del SI a los acuerdos de Paz, la fuerza del soplo del Espíritu Santo arrasará a los enemigos de la verdad, la paz, la libertad, la justicia y la fraternidad entre los colombianos, quienes tenemos ahora la oportunidad histórica de corregir nuestros grandes errores, refinar nuestra voluntad por la Paz y fortalecer nuestro ser como nación para el logro del bien común. El que se haya otorgado el Premio Nobel de Paz al Presidente Santos precisamente ahora, es un impulso moral y trascendental que el mundo da a los esfuerzos denodados de Juan Manuel Santos y de vastos sectores de la sociedad colombiana por construir un país en el que vivamos con la dignidad que merecen los seres humanos.