Poesía de Navidad del Padre Cacho
En la inseguridad del camino,
en la penumbra del amanecer,
en la fecundidad del dolor,
en la resistencia de la vida,
en el rostro del pobre,
en el grito del continente profeta,
en la sangre del martirio,
vuelve hoy a nacer,
Jesús de Belén.
Tu mano solidaria hoy ha bajado
hasta el barro, el hambre,
el rancho, el niño,
no la sueltes,
desde abajo,
las dos de Dios,
hecho hombre,
lo van levantando.
Las personas y los callejones,
los basurales y los ranchos se han ido transformando,
porque Dios bajó a los barrios y se hizo vecino.
Mientras haya manos
capaces de darse para siempre,
la liberación es posible.
Porque me diste tu mano,
sentirás que Él se prolonga en la mía,
pequeña y sucia,
para contagiarte la Esperanza
de una vida liberada en esta Navidad.
Porque tus manos han hecho tanto por mí,
Él hará todo por ti.
Cuando fui ordenado sacerdote, hace tres años y medio, jamás imaginé el regalo que Dios me tenía preparado. Diez años antes me despedía llorando de la Obra Banneux para entrar al Seminario. Es que allí había aprendido a ser maestro, pero sobre todo, había crecido como persona y como cristiano. Volver de visita en cada vacación era para mí volver a mi centro, a la fuente de mi vocación. La comunidad de la Obra Banneux me permitió “mantener los pies en la tierra”, durante los años de la formación filosófica y teológica. Por gracia de Dios sabía que la realidad del barrio rompe todos los esquemas, y descubrir que Cacho lo había descubierto y vivido tantos años antes que yo, fue iluminador.
Luego de dos años de trabajo en el Cerro, fui enviado a la comunidad de los Sagrados Corazones de la calle Possolo. Fue para mí como un sueño hecho realidad, a la vez que un gran desafío, ya que era mi primera experiencia “al frente” de una comunidad, después de grandes párrocos, con una historia tan rica, y encima, custodiando los restos y la memoria de Cacho. Hasta mi llegada a esta comunidad decía que en Banneux había vivido los años más felices de mi vida. Dios me regaló poder decir que éste es el momento más feliz de mi vida.
En “Possolo” estoy aprendiendo muchísimo. La celebración de los 25 años de la Pascua de Cacho me llevó a elaborar un proyecto para que nuestra comunidad pudiese reflexionar sobre su vida y enseñanzas. Esto me permitió encontrar un modelo para mi sacerdocio. Cacho hay uno solo, y no habrá otro como él. Pero su testimonio me ayuda a entender la espiritualidad del sacerdote del clero secular. “Dios bajó a los barrios y se hizo vecino”. Leo en estas palabras el himno de Filipenses, de un Cristo que no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se hizo uno de nosotros; y si Él, que es el Rey del Universo, se hizo vecino, uno de nosotros, ¿quién soy yo para reclamar ciertos privilegios por el hecho de ser sacerdote? Y detrás de esta reflexión está la “Ley de la Encarnación”, que es para mí lo que funda la espiritualidad del sacerdote que vive “entre siglos” (secular).
Cacho fue un vecino más, pero los vecinos sabían que no era uno más, sabían que era sacerdote, y el que fuese uno más fue testimonio de ese Dios viviente que se hace vecino. Las experiencias más ricas que he vivido en estos pocos años de ministerio tienen que ver con esto. El “ser uno más”, aunque saben que “no soy uno más”, me permite tener una relación y un diálogo hermoso con muchas personas, que aunque no se definen creyentes, dan su vida por el bien de nuestro barrio.
Por eso, la experiencia en Possolo, junto a Cacho, me está regalando una mirada de esperanza que reconozco no tenía antes. La mirada de amor de Cacho por el barrio me inspira a convertir mi mirada, y descubrir la hermosura de las “cosas invisibles” como decía él, que no salen en la prensa, pero que cuando uno se acerca al barrio, como quien enfoca un microscopio, puede descubrir.
Muchas veces me siento impactado, cada vez que hay un hecho de violencia, cada vez que se realizan informes lapidarios sobre el futuro del barrio, cada vez que siento al helicóptero sobrevolar mi cabeza. Y me he preguntado, ¿y ahora qué hago?, ¿cómo sigo? Y Cacho me recuerda: “Mientras haya manos capaces de darse para siempre, la liberación es posible”. Y entonces levanto la cabeza, una vez más, y veo los rostros de tanta gente que sigue confiando, que sigue trabajando, que sigue creyendo en un futuro mejor para los vecinos, porque como también dijo Cacho: “Coraje, Jesús venció, ni el pecado ni la muerte tienen la última palabra”. La última palabra la tiene la vida y el amor de un Dios que “bajó a los barrios y se hizo vecino”, “Él que puede cambiar la muerte en vida, la negación en esperanza” (carta “Siento la imperiosa necesidad”).