Cuando nos juntamos para preparar esta edición, teníamos en realidad otra temática que habíamos fijado en la planificación de comienzos del año. Pero ese día, que fue de mucha lluvia, tan repetidos, estábamos todos medio golpeados por algunos de esos hechos que muestran señales de ruptura de la convivencia, de crispación, rasgos de intolerancia. O como lo decimos a veces, cuando ya nos ponemos a analizar un poco más, síntomas diversos de fragmentación social, de polarización. Así que decidimos tomar esta cuestión y pedir colaboraciones para aclararnos hasta dónde llegaba eso, en diversas dimensiones de la vida del país. Tal vez recuerden que en nuestro primer editorial del año habíamos dicho que mantendríamos nuestra atención puesta sobre este fenómeno.
Después, con el paso de los días, nuestra inquietud por ello no ha disminuido, pero al mismo tiempo tal vez hemos matizado un poco, guiados en buena medida por la opinión de otras personas que en muchos casos tienen más competencia en el tema que nosotros. En verdad que no deja de impresionar, por ejemplo, el juicio del alemán Hauke Hartmann, de la fundación Bertelsmann Stiftung, sobre Uruguay: “Esta es una sociedad orientada hacia el consenso. No sé por qué, pero su capacidad para elaborar consensos es un logro visible en la sociedad civil y en el gobierno […] De 129 países que miramos, en los que está habiendo transformación o desarrollo, no hay mejor democracia que la uruguaya”. (El Observador, 19/5). Y por otra parte, no faltan hechos que nos golpean, a veces de forma dramática y no precisamente por el grado de consenso que muestran…
En fin, opiniones en un sentido y en otro es lo que encontrarán en este número, en el que como siempre buscamos ayudar a tomar conciencia de las realidades que vivimos, porque estamos completamente convencidos que desde ellas es que el Señor nos habla, como individuos y como Iglesia. Y también, que no podemos transferir a otros esa atención y escucha, así como la respuesta correspondiente desde la vida de todos los días.
Gracias a Dios, parece que entre los cristianos, al menos en sectores de nuestras comunidades, hay una sensibilidad especial ante las heridas a la convivencia. Ejemplo de ello el reciente Encuentro Nacional de Laicos (del que damos cuenta en esta edición), cuyo tema fue “En el año de la Misericordia: Construyamos Fraternidad en una sociedad fragmentada”. Y por los testimonios recibidos ha resultado un asunto que prendió, tanto en la preparación como en el mismo encuentro, que alimentó las ganas de seguir profundizando. Y ojo, no nos pusimos de acuerdo con los responsables del Departamento de Laicos de la Conferencia Episcopal. Vemos en esta convergencia una manifestación de esa sensibilidad de que hablábamos. Y de la que hemos recibido testimonios entrañables en una nota hermosa de El Observador (4/6) sobre esas instituciones y personas inspiradas por Jesús que desde hace mucho tiempo, un día tras otro, sirven a la gente del Marconi calladamente. Después de todo, la búsqueda de la reconciliación a todos los niveles de la existencia humana y mundana está en el corazón del mensaje de Jesús. Por eso, la Iglesia, al decir del Vaticano II, es sacramento “de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1). Sin olvidarnos de Pablo quien junto con los corintios nos llama a hacernos “servidores de la reconciliación”. Seguiremos en esta búsqueda.
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En estos días de cierre de Carta Obsur hemos celebrado un nuevo aniversario de nuestra institución madre. Ya muy cerquita de los 30. Es muy buena ocasión para agradecer a Silvano Berlanda, quien tuvo la idea germinal y la llevó a concreción, así como a toda la generación fundadora. Pero también para felicitar a quienes hoy, con la fuerzas que da la juventud, pero sobre todo con las ganas y el cariño que solo puede transmitir una causa asumida convencidamente, siguen empujando al Observatorio del Sur. Nos felicitamos mutuamente, por supuesto, socios, amigos y colaboradores. Por muchos más.
Queremos agregar también alguna consideración sobre los abusos de sacerdotes, que saltaron a la opinión pública, en ocasiones de modo poco serio y responsable, en el tiempo que ha transcurrido entre nuestro número anterior y este. Aparentemente, el detonante no fue algún caso reciente, sino la exhibición y repercusión de la película oscarizada “Spotlight”. La que, dicho sea de paso, es una obra estimable, y que aunque no tiene como tema central el de los abusos de sacerdotes católicos sobre menores (como se sabe es la reconstrucción de una investigación periodística), mereció por el tratamiento del caso los elogios de más de una personalidad del Vaticano. Las críticas que por aquí se pudieron leer en alguna publicación católica, sobre maniobras o trampas en el libreto para hacer quedar mal a la Iglesia, olvidaron hacerse la pregunta pertinente: lo que narra el film, ¿responde a la verdad de lo sucedido o no?
En pocos días, sin embargo, todo parece haber quedado en nada, casi puro estallido mediático sin un mínimo análisis más o menos serio. No es que queramos volver sobre ello, pero en tren de contribuir deseamos añadir algunas cosas a lo que ya fue dicho desde la Iglesia. Ante todo que, por más que la atención pública haya dejado de estar fijada en ello, se trata de algo de mucha gravedad y profundidad, que no permite decir “ya pasó” y bajar los brazos; sobre todo exige estar alertas y poner mucho cuidado en crear las condiciones para que no vuelva. Nunca más, al menos en cuanto dependa de nosotros. Y para ello necesitamos ayuda, la de Dios pero también la de todos aquellos a quienes les importe desterrar ese mal.
Y aprender. No porque haya hermanos que se equivoquen feo nos tenemos que rasgar las vestiduras. Sí reconocer el pecado y enfrentarnos a él, con toda sinceridad y humildad. Lo importante no es guardar una imagen impoluta y prestigiosa usando para ello de forma no evangélica el poder. Lo importante es vivir en la verdad.
Y recordar que nunca, estamos autorizados a lanzar la primera piedra. Ni la segunda o tercera. A veces, las aparatosas muestras de condena, “es horrible, es una infamia, no tengo nada que ver con esto”, los epítetos gruesos, esconden inseguridad en las convicciones y fariseísmo. Más cristiano y fecundo que mil golpes de pecho es el cuidado de las víctimas y la voluntad por reparar. Y al mismo tiempo ver cómo ayudar al culpable a levantarse. Que a todos alcanza la misericordia del Padre. Como tantas veces ha sucedido y sucede, estos trances tan difíciles de vivir pueden engendrar nueva sabiduría para enfrentar lo que sigue
Difícilmente una comunidad que se reconoce frágil, limitada y pecadora, necesitada de ayuda, no va a encontrar el camino y las fuerzas (que vienen del Señor) para seguir con paciencia el buen combate por la verdad, la justicia y una convivencia transformada.
Y una última palabra para dar gracias a Dios y al papa Francisco por “La Alegría del Amor”. Más allá de decisiones y propuestas a cuestiones concretas, nos alegramos por ese nuevo camino que nos propone: camino de responsabilidad intransferible; camino sinodal, comunitario; camino esperanzador y por eso gozoso. Camino tras los pasos de quien dijo y nos dice, “Vengan a mí los que están cansados y agobiados, porque yo los aliviaré”. Hasta la próxima.