Como se sabe, las palabras del título, tomadas de Hechos 15, 28, son las que comienzan la parte resolutoria de la llamada “Carta Apostólica” o también “Decreto de Jerusalén”, cuando Pedro, Santiago (el “hermano del Señor”), Pablo y otros “apóstoles y presbíteros” (v. 6) se reunieron para tratar el asunto de los gentiles convertidos a la fe en Jesús.
Experiencia parecida es la que van a vivir en breve todas las Iglesias ortodoxas con la celebración de su “Santo y Gran Concilio”, tal como se lo designa oficialmente. Comenzará el 16 de junio próximo y se extenderá por diez días, hasta el 27, en el contexto de la solemnidad de Pentecostés del calendario de la Ortodoxia (19/6). El lugar será la Academia Ortodoxa de la isla griega de Creta, ya que la primera sede anunciada, la catedral de Santa Irene en Constantinopla (Estambul) se volvió imposible por las tensiones políticas entre Turquía y Rusia.
Se trata de un acontecimiento de enorme importancia para el mundo cristiano, el más significativo para las Iglesias de Oriente en varios siglos. De hecho, es la primera asamblea de este tipo desde el cisma que separó a los cristianos de Occidente y Oriente (Roma y Constantinopla/Bizancio) en 1054. Ese mismo carácter excepcional de la cita la hace fundamental para el camino hacia la unidad de los cristianos. Muchos son quienes, sobre todo en el campo católico, recuerdan el efecto extraordinario que el concilio Vaticano II ha tenido en ese sentido, no solo para la Iglesia romana sino también para todas las demás.
Rehaciendo el camino: historia antigua, sueño nuevo
De los 21 concilios ecuménicos que reconoce la Iglesia católico-romana, las de la Ortodoxia solo aceptan como válidos siete, todos ellos celebrados durante el tiempo de la llamada “Iglesia indivisa”, desde Nicea, en el 325 hasta Nicea II en 787. Y desde la separación del 1054 no han celebrado otra asamblea que ellos consideren como concilio ecuménico. Hay quienes reclaman de todos modos que no hay que dejar de tener en cuenta otros dos, si se quiere rescatar la memoria más amplia de la Ortodoxia. Por un lado el convocado por el patriarca Focio de Constantinopla en 879-880, contra el reunido por el papa Adriano II diez años antes, que lo había destituido. Allí se sentaron las bases para la posterior separación con Roma. Por otro, el de 1341-1351, bajo la influencia del gran teólogo Gregorio Palamás, considerado por los ortodoxos como el V de Constantinopla pero no aceptado por la Iglesia romana. Allí se condenaron las tendencias más racionalistas y se reivindicó el hesicasmo de los monjes. Luego, y hasta el siglo XVII, se celebraron diversos sínodos inter-ortodoxos. Mucho tiempo entonces el trascurrido, lo que muestra adicionalmente el valor del próximo concilio.
Pero hay una historia más cercana, aunque ya de más de medio siglo: luego de intentos fallidos en 1923 y 1930 con un Consejo y una Comisión inter-ortodoxos en Estambul y el Monte Athos, en 1961 el patriarca ecuménico Atenágoras, en la Conferencia pan-ortodoxa de Rodas, tomó la iniciativa y logró que se aceptara concretar la aspiración. Se llamó pues a concilio. Eran los tiempos del Vaticano II, con cuyos papas, Juan XXIII y Pablo VI, el patriarca tuvo una relación muy cercana. Existía una especie de emulación entre las Iglesias cristianas, incluyendo al Consejo Mundial de Ginebra, en el camino de la renovación y la unidad.
Itinerario más reciente
Ese camino que ahora culmina no fue fácil. Entre condicionamientos políticos severos (baste pensar en los regímenes comunistas y los de los países musulmanes) y problemas internos, se realizaron a partir de Rodas una serie de conferencias, reuniones, consultas, trabajos de comisiones, para ir despejando esos obstáculos. En la Conferencia de 1961 se había listado un centenar de temas a tratar, pero con bastante rapidez se reclamó su reducción, cosa que se concretó en 1976, cuando se seleccionaron diez. El trabajo progresó hasta los años 90, cuando sufrió una interrupción de una década por tensiones entre Iglesias. El patriarca Cirilo de Moscú señala que ello se dio sobre todo por la iniciativa del patriarcado de Constantinopla de conceder el estatuto de autonomía a la Iglesia de Estonia, cosa que los rusos rechazaron de plano y consideraron injerencia en su territorio. De hecho, recién en 2008 se pudo retomar, cuando en una reunión de los primados de las Iglesias locales se decidió que en la preparación del concilio participarían solo los representantes de las Iglesias autocéfalas y no de las autónomas, sino como parte de la delegación de las primeras. Para los occidentales esta distinción puede parecer sutil, pero en la Ortodoxia es de entidad: en el primer caso se trata de Iglesias que no dependen de otra (tienen “su propia cabeza”); en el otro sí dependen, pero poseen autonomía. Es una de las cuestiones “calientes” que se tratarán en el concilio.
Por medio sobre todo de las conferencias preconciliares pan-ortodoxas (cuatro ya celebradas, entre 2009 y 2014) y las synaxis (asambleas) de los responsables de las Iglesias autocéfalas (14), se llegó así a la instancia de enero de este año en que el patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé, insistió y logró que se fijara la fecha a pesar de que subsistieran dudas y reservas de parte de Iglesias de mucho peso, como la rusa y la griega. De hecho, en 2014 se había decidido que 2016 sería el año, pero se había agregado “salvo que lo impidan circunstancias imprevistas”, en lo que algunos se apoyaban para tratar de posponer la cita. Finalmente, hubo que cambiar el lugar, pero el 16 comenzará el tan deseado y esperado “santo y gran Concilio”. Los primeros días serán de reuniones de los primados, el 19 se unirán en la Divina Liturgia (eucaristía) de Pentecostés, y el 20 comenzarán las sesiones. Los observadores de las otras confesiones cristianas podrán participar solo en la sesiones de apertura y de clausura (“no comprendemos la utilidad de la presencia de observadores heterodoxos en un Concilio en el que trataremos ampliamente de cuestiones que nos son propias”, opinan con dureza los monjes del Monte Athos…).
Objetivos y expectativas
No hay acuerdo en cuanto a los objetivos y, como es evidente, ellos dependen en buena medida del tipo de expectativas que se tengan, que fluctúan entre temores y esperanzas. Además, es imposible separar lo que será el concilio mismo de toda la fase y trabajos preparatorios. En ese sentido, el nivel y calidad de la participación en las instancias previas también son indicativos de lo que se espera lograr. En una mirada de conjunto parece haber correspondencia entre una mayor apertura y sensibilidad ecuménica con una más alta valoración y expectativa. Y entre quienes así sienten, es frecuente la afirmación de que más allá de lo que digan los documentos finales, el hecho en sí mismo de la celebración del concilio es lo más importante, lo que, confían, creará un nuevo clima y desatará dinámicas inéditas.
El más optimista, o mejor, quien más ha apostado y apuesta por la necesidad y fecundidad del concilio es el propio patriarca ecuménico Bartolomé, quien en su encíclica sinodal del 20 de marzo, se expresa así sobre el punto: “El objetivo primario de este concilio pan-ortodoxo es el de enseñar que la Iglesia ortodoxa es la Iglesia una, santa, católica y apostólica, unida en los sacramentos, y en particular en la divina eucaristía y la fe ortodoxa, pero también en la conciliaridad. Por eso el concilio ha sido preparado en un largo período de tiempo por una serie de comisiones preparatorias y de consultas preconciliares, para que los textos de sus decisiones estén inspirados en la unanimidad y sus mensajes transmitidos ‘por una sola boca y un único corazón’”.
Los temas de los que se ocupará el santo y gran Concilio, definidos de modo pan-ortodoxo cuando se decidió su convocatoria, conciernen principalmente problemas de la estructura interna, de la vida de las Iglesias ortodoxas, que necesitan una resolución inmediata. Además, están las cuestiones que tienen que ver con las relaciones de la ortodoxia con el resto del mundo cristiano y la misión de la Iglesia en nuestra época”.
Los temas: dudas, reparos, críticas
En el seno del mundo ortodoxo surgieron críticas acerca de la temática del concilio y las reglas de funcionamiento acordadas. También observadores exteriores las están realizando, señalando en particular que algunos de los problemas más serios del mundo actual y sobre todo la crisis que afecta la zona del planeta de implantación histórica de las antiguas Iglesias del Medio Oriente, por no hablar de la de Ucrania, no estarán casi presentes en el temario.
Según la declaración oficial al término de la Synaxis de los Patriarcas en enero de este año, los seis temas que al final se fijaron son: “la misión de la Iglesia ortodoxa en el mundo contemporáneo; la Diáspora ortodoxa; la autonomía y el modo en que debe ser proclamada; el sacramento del matrimonio y sus impedimentos; la importancia del ayuno y su observancia en la actualidad; las relaciones de las Iglesias ortodoxas con el conjunto del mundo cristiano”. Los textos aprobados han sido publicados, habiendo alcanzado algunos el consenso y otros no.
El primer tema, que en su formulación hace acordar a la Gaudium et spes del Vaticano II a juicio de algunos observadores, no se ocupa sin embargo de las cuestiones más candentes de la actualidad. Es objeto de dos tipos de crítica, desde horizontes diversos: desde una posición más tradicionalista, se rechaza por ejemplo la introducción de la expresión “persona humana” como ajena a la ortodoxia, y se reclama usar en su lugar la palabra “hombre”. Tampoco se acepta el término “género” A partir de concepciones más renovadoras se critica la poca capacidad del documento para asumir el carácter histórico de la Iglesia y no solo su destino escatológico, lo que lleva a situarse en un nivel idealista, genérico, poco real, que se manifiesta por ejemplo en el tratamiento de la grave crisis de Ucrania.
El texto sobre la “Diáspora ortodoxa” versa sobre la condición de las Iglesias sobre todo en los países occidentales, y el desafío muy apremiante por superar la compartimentación originada por la dependencia de las Iglesias-madre (los patriarcados, en general), y la reproducción de sus litigios históricos. En principio que se va hacia una coordinación de las comunidades en cada región de la Diáspora que permita una presencia y acción más significativa de la Ortodoxia. Pero este asunto todavía no está bien consensuado y las críticas son muchas. Sobre todo porque en el documento se quita valor a las “asambleas episcopales” que se han desarrollado entre tanto en Occidente, marcando de nuevo su estrecha dependencia de las respectivas Iglesias-madre, restringiendo también así su vitalidad ecuménica.
La cuestión de la autonomía, que se inscribe en la práctica sinodal de estas Iglesias tiene que ver con algo que ha provocado y sigue provocando muchas tensiones entre ellas. Se refiere al hecho de que las Iglesias autocéfalas pueden conceder el carácter de autónomas a comunidades que dependen de su jurisdicción canónica, pero la historia dice que muchas veces no ha sido y no es así, y que surgen numerosos litigios y situaciones que se extienden en el tiempo. Por ejemplo, en Ucrania hay actualmente tres Iglesias ortodoxas: una bajo la jurisdicción del Patriarcado de Moscú, pero autónoma; otra, que se proclamó autocéfala en los años 90, condenada por Moscú y en general no reconocida por el resto de la Ortodoxia; y una tercera, también autocéfala, actualmente dividida en dos. Detrás de esto está la muy complicada historia de la región y las diversas dominaciones que ha conocido, con un resurgir intenso de los nacionalismos y una coyuntura actual por demás compleja. Todo lo cual crea serios problemas en las Iglesias de la diáspora, mucho menos tocadas por esas realidades.
También los textos sobre el matrimonio y el ayuno reciben críticas, sobre todo por limitarse a reproducir la legislación más tradicional, sin relevar los desafíos del mundo actual. En el primer caso se conserva la prohibición del casamiento de ortodoxos con no cristianos y se autorizan con reparos las uniones con otros cristianos, con la condición de que los hijos sean bautizados en el rito ortodoxo, lo que crea grandes problemas en las comunidades del mundo occidental que han avanzado mucho más en la práctica del ecumenismo. En el ayuno, dicen los críticos, se reitera la disciplina tradicional pero sin releerla en el mundo actual aquejado por el consumismo y la sed de poseer.
En cuanto a las relaciones con las otras confesiones cristianas, se manifiesta mucha preocupación. Desde posiciones tradicionalistas, porque se tiene temor al ecumenismo, y hasta se lo rechaza abiertamente. Desde el ala más renovadora surge la alerta ante lo que juzgan voluntad de desconocer algunos de los acuerdos históricos alcanzados tanto con la Iglesia católico-romana como con diversas comunidades de la Reforma (sobre el reconocimiento mutuo del bautismo, los avances en la reflexión sobre el primado de Roma, etc.). Llama la atención, al leer algunas reacciones, aun de altas autoridades, la persistencia de un clima anti-ecuménico en amplias esferas del mundo ortodoxo, en particular de Oriente.
De manera general, y sobre el conjunto de las temáticas, y aun sobre la valoración del concilio, se podría decir que quienes empujan con más fuerza su realización y la apertura a las nuevas señales del Espíritu son las Iglesias llamadas de la Diáspora, por un lado, y el Patriarcado de Constantinopla. En ellas están también los teólogos de más valor y más reconocidos.
Polémica por las reglas de procedimiento
Otro terreno de viva discusión es de las reglas de procedimiento para el concilio de junio, sobre todo la que exige el consenso para la aprobación de los seis documentos, lo que por otra parte está condicionando la preparación. Para hacer ver las dos mayores sensibilidades que se expresan sobre este asunto, reproducimos por un lado unas palabras del metropolita Hilarión del Patriarcado de Moscú: “el método del consenso, ha sido aprobado [en la Synaxis de enero 2016] por insistencia del patriarca Kirill… Para la Iglesia rusa importa también que el reglamento precise que ningún otro tema más que los introducidos en el orden del día del Concilio pueda ser examinado. Para nosotros no se trata de una formalidad. Estos puntos del reglamento permiten que la Iglesia rusa participe del Concilio sin temer situaciones imprevistas que impliquen decisiones contrarias a las cánones y a la tradición de la Iglesia”. Y por otro, el análisis que hace el historiador laico ruso, miembro de la Iglesia ortodoxa en Francia, que pertenece al Patriarcado de Constantinopla, Antoine Arjakovsky. Según él, este compromiso impulsado por los rusos y aceptado por el patriarca ecuménico Bartolomé, significó dejar de lado algunos temas claves para la Ortodoxia que no lograban alcanzar un consenso y condicionar el contenido de los elegidos. También implicó excluir del concilio a alguna comunidad cuyo estatuto canónico es discutido entre los ortodoxos (como el Patriarcado autocéfalo de Kiev), e impedir la discusión libre en el mismo. Otros critican el hecho de que según el reglamento, cada una de las 14 Iglesias autocéfalas que participarán tengan solamente una voz y un voto, los del Patriarca respectivo. En función de ello, cada Iglesia estará representada por una delegación de 24 miembros elegida por ella, que tendrá que hablar y votar con unanimidad. Desaparece así la constante práctica conciliar, en todas las Iglesias cristianas, de que estén presentes todos los obispos, con posibilidad de hablar, opinar y votar.
Arjakovsky critica también la no participación de teólogos y laicos, algo contrario a la tradición ortodoxa, según él. Como deseo expresa lo siguiente: “En el concilio Vaticano II, en octubre de 1962, algunos obispos valientes, sensibles al soplo del Espíritu, rechazaron el orden del día ultra conservador propuesto por la Curia romana. Nos animamos a esperar que entre los hombres que se reunirán en Creta en junio próximo habrá figuras espirituales que serán capaces de asumir sus responsabilidades para evitar un naufragio a la Iglesia ortodoxa”.
Nosotros y el Santo y Gran Concilio Pan-ortodoxo
Voces como esta nos permiten ver que el clima previo es agitado. Pero al mismo tiempo nos hacen tomar consciencia de la dificultad para nosotros de formarnos una idea más o menos precisa de lo que está en juego, las principales corrientes del mundo ortodoxo de hoy, su correlación de fuerzas, los desafíos, búsquedas y esperanzas latentes. Se trata de un mundo al que los católicos de por acá nos asomamos muy poco, con escasa o nula información y elementos de juicio. Lamentablemente no es demasiado el material en nuestra lengua, en comparación con otras menos habladas pero en cuyo ámbito existe una mayor presencia de esas comunidades hermanas. Por nuestra parte, trataremos de informar cuanto podamos sobre este proceso clave para todo el mundo cristiano, del cual depende entre otras cosas, la marcha del diálogo ecuménico.
Nuestra sintonía debería también expresarse en la común invocación al Espíritu para que el concilio pan-ortodoxo pueda ser un nuevo punto de partida para la Ortodoxia. Si bien es cierto que los responsables más importantes ponen mucho énfasis en la solución de algunos serios problemas internos que lastiman la unidad, son muchos también los que sienten de manera imperiosa la necesidad y urgencia de que las Iglesias ortodoxas salgan de un largo tiempo de repliegue y letargo y se abran al mundo de hoy y sus desafíos, así como al diálogo franco con los demás cristianos. En ese sentido, aun en medio de discrepancias y dudas, confían en la dinámica que el Espíritu puede desatar con el sínodo de junio. Así lo expresa otro teólogo laico ortodoxo, Assaad Elias Kattan, libanés, profesor en Münster, del Patriarcado de Antioquía: “Espero que la asamblea pan-ortodoxa constituya ante todo un preludio a un concilio posterior que se ocupe de manera profunda de las cuestiones cruciales, sin dejarlas de lado, como pasa hoy”.
La ocasión del concilio, los recientes acontecimientos que nos han tocado, como el encuentro de Francisco y Kirill en Cuba y el viaje a Lesbos del obispo de Roma con el Patriarca de Constantinopla Bartolomé y el arzobispo primado de Grecia Jerónimo, son buenos estímulos para abrir nuestra cabeza, atención y corazón a estos hermanos cristianos. Sin olvidar que en varios casos se trata de Iglesias que están sufriendo una violenta persecución. De hecho, esta situación tan dolorosa y desafiante para todos los seguidores de Jesús ha sido uno de los motivos decisivos para la convocatoria del concilio: el comunicado final de la reunión de los patriarcas de enero pasado señaló la preocupación constante por los dos metropolitas de Alepo -el greco-ortodoxo Boulos Yazigi y el sirio-ortodoxo Mar Gregorios Yohanna Ibrahim- secuestrados en abril de 2013.
Finalizamos con el siguiente llamado de Bartolomé en su encíclica ya citada: “Queridos hermanos e hijos bien amados en el Señor: los grandes acontecimientos históricos son dirigidos por la gracia de Dios. El en definitiva es el Señor de la historia. Nosotros sembramos y sufrimos, pero Quien hace crecer es Dios (cf. 1Cor 3,8). El santo y gran Concilio de la Iglesia ortodoxa constituye realmente un acontecimiento histórico, y es únicamente a Dios que confiamos su éxito. Por eso llamamos a los fieles ortodoxos, clérigos y laicos, a orar al Dios trinitario para que corone con sus bendiciones este acontecimiento, para que por él su Iglesia sea edificada y glorificado su santísimo Nombre. Los tiempos son críticos y la unidad de la Iglesia debe constituir un ejemplo de unidad para la humanidad desgarrada por divisiones y conflictos”.