Casi un año nos separa de nuestro último número, nunca nos había pasado tener que interrumpir nuestro diálogo con ustedes por tanto tiempo. Pero bueno, cuando en realidad no veíamos mucho cómo retomar nuestra salida porque en buena medida persistían los factores que el año pasado pararon nuestro andar, una serie de circunstancias, entre ellas esta imprevista pandemia, hicieron que lo pudiéramos retomar. Con piernas débiles, es cierto, porque no estamos demasiado mejor que en el 2019, aunque hay señales estimulantes que enseguida señalamos y que aumentan nuestra confianza.
Ustedes se preguntarán por qué el año pasado pegamos el frenazo luego de haber comenzado promisoriamente. Más cuando se presentaba un año tan desafiante para todos los uruguayos y por lo mismo para los católicos de este país. De seguro habían advertido que en los últimos tiempos tuvimos muchas veces dificultades para salir a la luz. En ocasiones nos demoramos más de un mes de la fecha estipulada. La explicación es sobre todo una y es bueno que la conozcan: la debilidad medio congénita de nuestro equipo de redacción. Desde el ya lejano 2011, cuando nacimos (¡quién diría, 10 años!), fuimos pocos, aunque “bien montaos”, ja. Hoy nos parece mentira que salíamos todos los meses, salvo los de vacaciones de verano. La muerte inesperada de César Aguiar nos pegó un buen golpe. Y luego, durante todo este camino el equipo no logró fortalecerse lo necesario. Sí tuvimos algunas incorporaciones muy valiosas que hasta hoy persisten, pero al mismo tiempo perdimos algunas de las “fundadoras” por los cambios normales en su vida personal y profesional (siempre han quedado sin embargo muy cerca, colaborando de manera más puntual). El 2019 fue muy complicado y no era que no pudiéramos sacar algún número, pero no era vida, como se dice. De hecho tuvimos dos ediciones muy avanzadas, una sobre los cristianos y la política en el año electoral y otro, que en el papel iban a ser dos, sobre el Sínodo de la Amazonia y su significado eclesial. Pero era sobre todo la inseguridad con respecto al futuro cercano y la posibilidad de mantener el esfuerzo lo que nos llevó a desistir, aunque siempre con la voluntad de retomar. Hasta ahora, aunque en ese momento no sabíamos el cuándo de este ahora. Bueno, este párrafo largo termina con la siguiente confesión y pedido: seguimos siendo pocos y cada una y uno con otras cosas entre manos. Necesitamos más gente que se quiera sumar al equipo. Pensamos en diversas formas de posible integración/colaboración. Si sienten el llamado, contáctennos y las vemos. Gracias.
Estamos de nuevo, con temor y temblor, pero de nuevo y con muchas ganas. Como les decíamos, con todo lo que vivimos, en el plano del país y el eclesial, sentimos una pena especial por no estar. Sin duda retomaremos unas cuantas cosas, por más que por el momento muchas de ellas, necesitadas de más análisis estén medio tapadas por míster COVID-19. Ni qué decir sobre el andar último de nuestra comunidad cristiana.
Por el momento ponemos en sus manos, en sus pantallas que se han vuelto tan imprescindibles, este número 59. ¿Pueden creer que el próximo es el 60, en este año décimo? Hermoso. Pero quizá les intrigue saber cómo fue que reaparecemos justo ahora, en esta situación. Sí, aunque no nos comunicábamos demasiado, fuimos sabiendo que unas y otros veíamos este momento como fundamental para Carta Obsur. Por todo lo que está sucediendo, por la novedad de la experiencia y la precariedad, por el momento, de nuestros análisis y lecturas, incluidas las de fe. Gracias a Dios, la juventud que siempre hemos tenido y seguimos teniendo en el equipo nos contagió a los más añosos y aquí estamos con ustedes. Eso sí, tenemos que decir que como casi nunca, esta vez tuvimos una colaboración como la que en general hemos soñado. Mucha gente aceptó y concretó en muy poco tiempo nuestra invitación a colaborar, algunos hasta sin ella, y salimos. Nosotros estamos muy convencidos de que algo como lo que trata de ser Carta Obsur es imprescindible en nuestra Iglesia y necesario para que en nuestra sociedad se oiga una voz cristiana que no sea únicamente la más eclesiástica. Sobre todo una voz laical, libre, dialogante, comprometida, sin temor a discrepar y discutir. Cuando uno ve publicaciones de otras Iglesias siempre se pregunta por qué no podemos tener algo así en este país. ¿Es que no nos interesa intercambiar, aportarnos mutuamente para poder ir siempre discerniendo el querer de Dios en lo que vivimos como ciudadanos, como bautizados? ¿Es que podemos conformamos que no haya voces cristianas que sean capaces de analizar de continuo la situación de la pobreza, la justicia y la paz con rigor y autonomía de las visiones partidistas? ¿O que si las hay no se manifiesten de una manera más o menos pública? ¿Dejaremos de opinar, no cada quien por su lado sino con voluntad comunitaria, acerca de esa especie de anomía que ha ganado a nuestra Iglesia acompañada por prácticas inhabituales en nuestra tradición como las de comienzos de marzo? ¿Nos conformaremos sin aportar nuestra reflexión cuando el mundo y nuestro país están siendo dados vuelta como una media por este virus, y nosotros, católicos uruguayos estemos enfocados en saber cuál de los dos credos antiguos es el más indicado para recitar en la misa para vivir la fe en el mundo de hoy?
Confiamos en que por la colaboración de muchas y muchos podamos hacer frente a este año tan particular con esperanza cristiana y animándonos a poner en común nuestras búsquedas, inquietudes y convicciones. Entre otras cosas, se trata de algo que el Papa Francisco está llamando a practicar cada vez más en la Iglesia, en ese fundamental discernimiento sinodal, comunitario, que cada comunidad está convocada a realizar en su lugar y tiempo, para dar razón de la esperanza que la habita.
Y como estamos aún al inicio del tiempo pascual, les deseamos a todas nuestras lectoras y lectores que se dejen renovar en sus vidas por el Señor resucitado.