El catalán Francesc Torralba estuvo en julio en nuestro país, invitado por AUDEC (Asociación Uruguaya de Educación Católica), para trabajar con los directivos de colegios sobre los temas: inteligencia espiritual, liderazgo ético y educación en valores. En este artículo compartimos algunas de sus ideas centrales como disparadores para la acción y reflexión.
Breve presentación
Francesc Torralba nació en Barcelona en 1967, es laico, casado y padre. Estudió Filosofía y Teología, en España primero, luego en Copenhague, Dinamarca, para después doctorarse en Barcelona. Sus tesis fueron sobre Kierkegaard en Filosofía, y en Teología sobre Urs Von Balthasar. Actualmente es catedrático en la Universidad Ramón Llull de Barcelona, pero dedica gran parte del tiempo a escribir -es autor de más de cincuenta ensayos- e impartir seminarios en España y dónde se le requiera. Sus áreas más destacadas son Antropología y Ética, en sus libros recoge la tradición de pensadores judeo cristianos en diálogo con los contemporáneos.
A modo de presentación tomamos algunas de sus afirmaciones en una entrevista realizada por Religión Digital hace ya unos años, cuando fue nombrado -en tiempos del Papa Benedicto- Asesor del Pontificio Consejo para la Cultura del Vaticano, que retrata algunos rasgos de su perfil:
“Tenemos que ser capaces de mostrar nuestra identidad de un modo creativo, humilde y audaz”.
“La cultura de raíz cristiana debe ser un signo de eternidad, una ocasión para trascender”.
“La fe es creadora de cultura”. “Los cristianos debemos crear una cultura que sea bella”.
“La lectura cristiana de la Modernidad debe evitar la crítica corrosiva y la apología irreflexiva”.
“El diálogo con la Modernidad es fundamental para superar el divorcio entre cultura moderna e Iglesia que ya detectó Pablo VI”.
“Barcelona se ha tomado en serio el ‘Atrio de los gentiles’ una iniciativa inteligente y audaz”.
“La Sagrada Familia (de Gaudi) cautiva, da que pensar, eleva la mirada del espíritu, despierta la semilla de eternidad que atesoramos”.
Torralba y la educación de la inteligencia espiritual
El catalán estuvo en nuestro país invitado por AUDEC (Asociación Uruguaya de Educación Católica) para trabajar con los directivos de colegios al inicio de las vacaciones de julio. Teníamos previsto entrevistarlo, no fue posible, pero queremos compartir algunas de sus ideas que darán pie a reflexionar sobre su planteo.
Torralba escribe con un estilo y lenguaje sencillo, para un público amplio y no especializado, planteando los temas en forma ágil, y del mismo modo trabajó aquí en Montevideo, durante jornada y media abordando tres temas diferentes: la inteligencia espiritual, el liderazgo ético y la educación en valores. Nos interesa el planteo sobre la educación de la inteligencia espiritual realizado en AUDEC, y recogeremos también otras ideas de su ensayo homónimo.
Aquí en Montevideo, comenzó señalando los posibles sentidos del término inteligencia: leer dentro; capacidad de hacer; posibilidad de resolver problemas; capacidad de adaptación, reconociendo que este sentido es de origen darwiniano. A continuación planteó la existencia de una espiritualidad común (yo diría: “patrimonio de la humanidad” con Jon Sobrino, Casaldáliga, Boff, Vigil… autores más conocidos y cercanos a nosotros, o “antropológica” con Juan Luis Segundo) que puede experimentarse en forma “laica, sin Dios”; una religiosa, donde se reconoce y dialoga con “algo” o “alguien” trascendente con el que se establece un diálogo de amor; y una confesional, adscripta a una religión concreta con sus elementos propios.
La inteligencia espiritual o existencial o trascendente -para Torralba es lo mismo- completa el mapa de las inteligencias múltiples que desarrolló hace unas décadas Gardner, e implica ciertas facultades, como poder preguntarse por el sentido de la existencia, tomar distancia de la realidad, asombrarse ante ella, indagar en terrenos desconocidos, no contentarse con lo dado, trascender lo inmediato y material, relativizar, también es propio de esta inteligencia estar abiertos y comprender distintas sabidurías de vida. A su vez faculta a desarrollar la libertad y la creatividad para elaborar proyectos de vida propios y hondamente satisfactorios.
Complementando lo dicho allí, recogemos de algunas entrevistas y de su libro: “La inteligencia espiritual es la que nos permite transcender, crear y, en última instancia, ser felices de una manera profunda y duradera”.
En el contexto de las Jornadas de AUDEC, ante directivos de colegios, el expositor plantea que estimular la inteligencia espiritual de niños y jóvenes exige en primer lugar haberla estimulado en sí mismos -nadie puede dar lo que no tiene- y examinar el ambiente, el clima institucional -diríamos- de tal modo que todo el Centro Educativo esté en condiciones y sintonía para apuntar al desarrollo de esta inteligencia. No se trata de un contenido particular más, a incluir en la currícula, sino que esta inquietud atravesará transversalmente todas las actividades.
Como pistas o “ventanas” el catalán propuso:
- El silencio es fundamental -cosa que tanto cuesta en el presente donde abundan los ruidos, el flujo de información y la sobre estimulación continua de todos los sentidos que provoca anestesia, esto no lo dijo él-. Al principio en una cultura del ruido, intentar cultivar el silencio resulta violento, pero es sumamente necesario como espacio que posibilita crear, contemplar, asombrarse, descubrir, proyectar algo nuevo.
- La música (cierto tipo, obviamente) puede ser también un elemento importante para ayudar a desarrollar esa inteligencia trascendente.
- El manejo de ciertos audiovisuales, aprovechando los recursos y los hábitos de los chicos de estos medios, puede ayudar a despertar valores como horizontes de sentido, que orientan actos. -Esto lo agrego yo: hay muchos videos que pueden favorecer otras miradas y cuestionamientos en torno a los valores dominantes y otros posibles que están silenciados-.
- El diálogo socrático que apunte directamente a la persona a fin de interrogarlo hondamente sobre sus deseos hondos, sobre el sentido de sus vidas.
- Aprovechar las situaciones límites que tantas veces enfrentan los niños y jóvenes para que no las evadan, sino que dialoguen con ellas, dejándose interpelar, pues dichas situaciones son oportunidades y canales particularmente eficaces para el cultivo de la inteligencia espiritual que faculta el hondo cuestionamiento y la búsqueda de ultimidades y sentido.
En otras ocasiones, Torralba a estas pistas agrega otras como la contemplación estética, el ejercicio físico y la práctica de la meditación. Y señala que no existe un único modo de cultivar la inteligencia espiritual, sino una pluralidad de formas que la historia nos ha legado como un patrimonio intangible. Lo importante es encontrar los modos de desarrollarla para ganar en sabiduría, profundidad, gratuidad, sentido de la existencia personal y de pertenencia al Todo; a la vez que evitar la atrofia de esta inteligencia, atrofia que lleva al dogmatismo, el fanatismo, la banalidad, la superficialidad como estilo de vida
Otras notas del autor y algunos comentarios, desde el sur
Detrás de las afirmaciones de Francesc Torralba hay autores de peso como Kierkegaard y Von Balthasar, a quienes estudió, y fundamentalmente el libro sobre inteligencia espiritual se inscribe dentro del planteo de la Logoterapia de Viktor Frankl, haciéndolos cercanos al ponerlos en diálogo con la sociedad actual, sus límites y desafíos.
A continuación, comparto algunos párrafos de un punto, casi al final del libro, que me parecen sugerentes o necesarios para que la mirada a la espiritualidad no quede en un plano personal y desencarnado, un riesgo de muchos autores contemporáneos que parecen plantear una cierta inteligencia para hacernos más felices al margen del mundo, o tomando del mismo aquello que es bello y satisfactorio, pero evitando pisar y transformar el barro de la historia.
“La inteligencia espiritual, lejos de ser una capacidad que aísle al ser humano de su entorno natural y social, es un poder que, utilizado correctamente, consigue el efecto contrario: le hace más receptivo, más sensible, más plenamente integrado al entorno. Una persona espiritualmente inteligente capta con profundidad los problemas, goza intensamente de la belleza que se revela en el ancho del mundo, padece intensamente por los males, las injusticias, los sufrimientos y todas las formas de crueldad que se manifiestan en él. Las personas que más han influido en la historia de la humanidad han sido seres espiritualmente inteligentes que han tratado de contribuir desde su fuerza, a transformar el mundo, a mejorarlos significativamente. La transformación del mundo y la edificación de la sociedad empiezan con el ejercicio de la inteligencia espiritual. Toda transformación comienza en el fondo y se mueve hacia arriba hasta abarcar el mundo entero…
El roble grande y frondoso que da sombra en las tardes de verano comienza su andadura siendo una pequeña bellota depositada en la tierra. Después de sembrarla, nadie tiene la entera seguridad de que vaya a vivir. Pero la transformación secreta bajo la superficie terrestre permite a la bellota abrirse camino entre la tierra como un brote tierno”.[1]
Posteriormente en el libro, Torralba da paso al tema de la educación de la inteligencia espiritual que propone. En este sentido se entiende bien la imagen de la bellota de roble, que al sembrarla confiamos en su poder, pero no tenemos la certeza de su vida y crecimiento.
Haciendo una lectura desde el sur, que también existe, cabe siempre la cuestión de por dónde empezar, y por dónde crecer en esa inteligencia espiritual, si desde lo personal o desde otro lugar; si desde la interrogación por el sentido último o si dejándonos desafiar -muchas veces “cachetear”- por la realidad, que nos mueve a autotrascendernos, y justamente aún cuando “no esperemos ya nada de la vida, descubrimos que la vida aún espera algo de nosotros” (expresión de Viktor Frankl) y, entonces así, respondiéndole, aceptando el desafío, crece y se pone en juego esa espiritualidad encarnada e histórica, evangélica en suma.
Quizá los modos de concebir y educar la inteligencia espiritual sean universales ¡al fin y al cabo pese a que muchos le pesa todos somos humanos!, y requieran esas ventanas señaladas por Torralba. Pero quizá el principio de encarnación nos anime a abrir también otras ventanas para el desarrollo de la inteligencia espiritual en estas tierras. A modo de ejemplo de lecturas contextuales, cito al filósofo y teólogo de la India, Felix Wilfred, quien en relación a otro tema (¿otro?) afirma que “el discurso y la praxis de los Derechos Humanos debe comenzar por la defensa de los derechos de los pobres y las víctimas”, de lo contrario el discurso se convierte en la defensa de los derechos -privilegios- de algunos. “Mientras los pobres y las víctimas ignoren sus derechos y sean atropellados, los DDHH no serán universales”.
¿No ocurrirá algo semejante con la inteligencia espiritual? Qué gran desafío desarrollar la inteligencia espiritual en nuestra educación uruguaya, no sólo en los colegios, sino en cada centro de educación formal o no formal, en conjunto con las familias, como un compromiso de todos los ciudadanos por una vida más creativa, libre, fraterna, y claro que sí, con sentido, orientada por valores altos y la meta del bien común. (Algunas propuestas más concretas y muy desafiantes están en el artículo de Horacio Ottonelli que recomiendo).
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[1] Inteligencia espiritual, editorial Plataforma, 2010, pág. 300-301.