La esperanza, mis hijos y la pascua de mi amigo Horacio

No estoy seguro de haber respondido a la consigna que Rosa me planteó sobre la esperanza y los uruguayos, pero sí estoy seguro de lo que escribí…

Ante la pregunta ¿Los uruguayos tienen esperanza?, lo primero que me surge es subrayar que no debemos confundir la esperanza con el “optimismo anímico”, ni con las expectativas de mayor bienestar. La esperanza es algo más hondo y diferente. Los uruguayos somos hoy más optimistas que hace 20 o 30 años, pero la respuesta a si somos hoy más esperanzados que antes, no es fácil.

Compartí la pregunta con mis hijos Guille y Felipe en un viaje a Paysandú, y lo que nos surgió fue ver la esperanza en relación a la vida cotidiana.

  • “Si tener esperanza es levantarse cada día y hacer lo que hay que hacer, creo que sí” fue la respuesta de uno de ellos.
  • “Ahora si te referís a la esperanza en sentido utópico, creo que no es tan generalizado”. “Sin duda está la esperanza de la vida en el día a día, pero la otra…?”, respondió preguntándose el otro.

Pero lo mejor del intercambio fue el silencio posterior al planteo de la pregunta. Porque es una pregunta fuerte y compleja. Y ahí me di cuenta de lo importante que es plantearse y hacernos preguntas desafiantes. Y seguramente eso sí nos hace falta: plantearnos colectivamente y abiertamente preguntas relevantes. Sin apurarnos a dar respuesta, y menos una respuesta que pretenda ser completa y evidente.

Seguramente uno de los mayores desafíos que tengamos sea el de vincular los dos sentidos, el del día a día con el de lo trascendente, o el proyecto, o la plenitud. La esperanza que nos hace salir de casa cada día y la esperanza que nos orienta y nos ayuda a encontrar una clave que completa y expresa lo deseado y buscado en toda nuestra vida. No son dos esperanzas diferentes son la misma pero vivida en melodías diferentes, lo macro y lo micro, lo cotidiano y lo estructural, la flor y el jardín total…

Pero hay otra pista, la esperanza y la “buscanza” (perdón por el neologismo) son hermanas; es decir lo que esperamos debería estar en relación con lo que buscamos, y lo que buscamos tiene que ver con lo que construimos. Por eso la esperanza es una militancia, un trabajo y un quehacer activo que si bien sabe que la Gracia de Dios actúa, no quiere quedarse fuera de la fiesta, y mucho menos quiere ser espectador.

Este intento de reflexión se vio cruzado por la triste noticia en el día de ayer de la muerte de nuestro amigo entrañable Horacio “Hacho” Carrau, (20/8/1953 – 1/12/2017), sacerdote jesuita. Y en medio de la tristeza la pregunta se me hace más sencilla de encarar: porque Hacho, con sus múltiples dones y talentos, vivió como un hombre de esperanza. Esperó y buscó, cada día y con constancia la esperanza. Fue un trabajador de la esperanza, con quien entre mates y cigarros (que me ayudó a dejar) compartimos el camino de la fe. En su andar lento y contemplativo fue un luchador, y para nosotros un testigo del Resucitado, que nos acompaña.

Me lo imagino a Hacho insistiéndole a Jesús, como uno de los discípulos de Emaús, “Quédate con nosotros, ya está cayendo la tarde y se termina el día” (Lc 24, 29).

Y nosotros fuimos testigos de que efectivamente Jesús “Entró, para quedarse con él” (como con los de Emaús). El último tramo de su búsqueda Hacho lo vivió en su misión en tierras de Resistencia (Argentina), y encontró el abrazo esperanzado de Jesús en los chaqueños, a quienes entregó su ministerio sacerdotal con renovado entusiasmo.

La esperanza de Hacho fue una esperanza del día a día, pero desde ayer la vive en plenitud, como parte del misterio de la vida y la fe, en una mateada permanente con Dios. Y por ello el testimonio de nuestro querido tocayo forma parte de nuestra esperanza.



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