Mucho se habla por estos días de la tolerancia. Quizás se habla mucho menos que hace siglos, o quizás más. No lo sé. Por lo pronto sé que pese a toda la reflexión que se ha hecho y se hace sobre este concepto, da la sensación que poco se sabe de él o, al menos, poco se practica en esta sociedad de blancos y negros.
¿De qué hablamos cuando hablamos de tolerancia? Para muchas sociedades, aceptar la tolerancia forma parte de la consolidación del sistema democrático y de libertades individuales y sociales. Pero la tolerancia no es un axioma, es decir, una proposición que se considera evidente y se la acepta sin demostración previa. La tolerancia es un concepto que está en construcción todos los días y en todo momento.
Comencemos por definiciones
La tolerancia es saber respetar a las demás personas en su entorno, es decir en su forma de pensar, de ver las cosas, de sentir y es también saber discernir en forma cordial en lo que uno no está de acuerdo. La tolerancia es el respeto con igualdad sin distinciones de ningún tipo. La tolerancia es aceptarse unos a otros. Debemos aceptarnos a nosotros mismos y luego aceptar y respetar a todos los demás. Aceptar a los demás como son, sin peros y sin reparos.
La tolerancia es la virtud moral y cívica que consiste en permitir la realización de acciones, preferencias y creencias que aunque no sean consideradas como lícitas, sin embargo, no son impedidas por la autoridad. La innegable actitud de soportar los actos ajenos, respetando su forma de pensar, quedando en la situación de recibir lo dado. La acción de tolerar es respeto y consideración hacia creencias y opiniones de los demás. Es el margen o diferencia que se consiente en la calidad y cantidad de una cosa.
El concepto de tolerancia se aplica en diversos contextos, por lo que depende dónde se aplique, la dimensión que puede alcanzar. Se trata de una idea compleja, pues supone la relación entre las personas, entre grupos sociales, que generalmente tienen discrepancias o, directamente, están enfrentadas. Para muchos la tolerancia puede ser una virtud, para otros un valor moral, puede tratarse como una actitud, una disposición de no interferir en la conducta de otra persona, o tratarse de una concesión gradual de libertad.
Voltaire, en su Diccionario, parte del cuestionamiento de cuál es el menor mal para la convivencia de los seres humanos, si la tolerancia o la intolerancia. Dado que todos los seres humanos están propensos al error, la tolerancia sería una especie de perdón recíproco. “…es indudable que debíamos tolerarnos mutuamente unos a otros, porque somos débiles, inconsecuentes, mudables y víctimas de errores”.
El mismo espíritu de defender la libertad de conciencia, entendida como libertad de culto, aparece en los escritos sobre la tolerancia de John Locke, recogiendo así el concepto ilustrado de tolerancia en el siglo XVIII. La tolerancia encierra una actitud de comprensión frente a las posturas contrarias en las relaciones entre las personas, cuya esencia se caracteriza por la diversidad.
En su Diccionario de Filosofía, Walter Brugger, dice que “tolerancia significa la actitud del hombre dispuesto a no suprimir las convicciones de los otros, especialmente religiosos y morales, aunque le parezcan falsas o desechables, ni a impedir la expresión de las mismas. Pero no significa la aprobación de tales convicciones, ni indiferencia frente a lo verdadero y bueno, ni es necesario que se apoye en el agnosticismo”.
El concepto de verdad absoluta no existe en un régimen donde campea la tolerancia. Debo admitir la duda sobre lo que piensa o dice la otra persona. Lo que está claro, según Ferrater Mora, es que “la intolerancia fue/es perjudicial, porque impide el florecimiento de las artes y de las ciencias, y, al limitar las condiciones del ejercicio del pensamiento, ahogó la originalidad y con ello, la posibilidad de descubrir la verdad”.
La tolerancia, en tanto derecho fundamental, se emparenta íntimamente con el principio de libertad de pensamiento, de igualdad, en contra de toda discriminación, ya sea por sexo, etnia, religión, pensamiento, país, o cultura. Se trata de comprender y dialogar con el otro, en vez de discriminarlo, ignorarlo o exterminarlo. El sistema democrático no se concibe sin la tolerancia en su propia esencia.
Pero no podemos conformarnos tranquilamente con estas definiciones. Se trata de una construcción permanente, la generación de pensamiento crítico sobre conceptos que parecen sólidamente constituidos. Sin que signifique un juego de palabras, la tolerancia supone tolerar al otro. Tolerar al otro supone, respetarlo en la divergencia, en la diferencia, puede suponer también “aguantarlo”. Le decimos al otro, “te soporto, acepto que pienses diferente, pero yo tengo mi verdad”. Es decir, no hay negociación posible. Se corre el riesgo de generar una lucha entre las posiciones antagónicas.
Confieso que me genera más comodidad el concepto de la convivencia o coexistencia. Asumir que en la sociedad en que vivimos, todos somos distintos y no pensamos igual. Durante una entrevista radial, el Dr. en Filosofía Facundo Ponce de León manejaba el concepto de respeto, como posible desarrollo ante las observaciones a la tolerancia. El respeto por la opinión ajena. Estos conceptos, los de convivencia o el de respeto, no suponen competencia entre posiciones, entre verdades, sino que aspiran a la armonía entre todas las posiciones. Si esto se logra, la sociedad que construimos día a día será mejor.
Una experiencia radial
En mi programa de radio (Sábado Sarandi, sábados por la mañana, en Radio Sarandi), pretendo, quizás en forma algo ambiciosa lo admito, generar un ámbito para la reflexión, el conocimiento, el debate y la discusión, convencido en que de la contraposición de las ideas, surge el camino hacia el saber, a la verdad, de ser posible.
En materia social, cultural, sobre todo, cuando hay diferentes visiones sobre aspectos estéticos, artísticos o que tienen que ver con la vida cotidiana, conocer cómo son los argumentos de quienes discrepan con nuestro pensamiento, es un ejercicio de libertad individual que debería ser más frecuentado, como forma, inclusive, de reafirmar nuestro pensamiento. Esa ha sido, es y será la filosofía con la que encaro tanto el programa de radio como cualquier otro tipo de comunicación en cualquier otro medio.
No milito en ninguna causa, salvo la de la libre conciencia, en contra de cualquier pensamiento único. Sin embargo, cada semana llueven los mensajes intolerantes para que determinada gente, sea del origen que sea o de la disciplina social o artística que sea, no hable en la radio. O la descalifican por las razones más insólitas que se puedan imaginar. Obviamente que esos mensajes, que a veces llegan por decenas, no provocan cambios en la línea periodística del programa, ya que son diatribas, insultos, panfletos virtuales, a través de las redes, generalmente anónimas, que carecen de argumentación o, lo más frecuente, hasta de una lógica elemental. La prédica, empero, continuará, siempre con la cabeza lo más abierta posible. Estoy convencido que no todo lo que se escucha tiene por qué agradar, ni a oyentes ni a mí. El objetivo es informar sobre diferentes propuestas culturales, tratando de no ignorar a ninguna. Hay una función informativa del programa que corresponde ejercerla permanentemente.
¿Podemos ser capaces de escuchar algo que no sintoniza con nuestros gustos? Creo qué se trata de un buen desafío para ejercitar. Esto supone también ejercitar, primero curiosidad, luego, tolerancia. O, mejor dicho, como lo dije más arriba, la convivencia con ideas disímiles a las nuestras. Si algo siento que está en el debe en todos estos años son algunas señales preocupantes de cierta intransigencia a la hora de proponer algunos contenidos. Creo que con terquedad y discurso único no se construye una sociedad libre. Superar prejuicios es un aprendizaje permanente. El mundo no debe mirarse a través de un cristal o con un ojo solo. Las interpretaciones hemipléjicas son distorsionadas y el pensamiento único lleva a que no se pueda contrarrestar y comparar. Obviamente, que por encima de cualquier juicio, está la libertad individual de cada persona en pensar lo que quiera. Pero también está, al mismo nivel de importancia, el respeto por la opinión ajena. Valores carísimos a preservar en la sociedad en la que nos toca vivir.
Necesaria reflexión final
Dicho esto, también quiero participarlos de un argumento que me hizo ver un muy buen amigo, abogado, docente de Derecho, Gonzalo Fernández. Este joven y brillante profesional, de intachable sentido democrático, se preguntaba por qué el concepto de tolerancia se maneja siempre en forma irrestricta y se maneja la idea de que se debe tolerar todo. Y se preguntó si esto debe ser así. “En pos de la tolerancia, ¿debo tolerar todo con lo que no esté de acuerdo? ¿Qué pasa con la pena de muerte? Porque hay gente que está convencida de que está bien. ¿Qué pasa con los apremios físicos? Hay personas que creen que es una práctica lícita de castigo. ¿Voy a tolerar que quien desea una ropa de marca y no la pueda comprar rompa una vidriera y la tome? No -dijo en una charla Fernández- hay cosas en la vida cotidiana que no se pueden tolerar. Tolerar no es aguantar irrestrictamente todo”. Confieso que al escucharlo pensé que el amigo Gonzalo tenía razón y que hay que seguir profundizando en un concepto que sigue siendo tan necesario y complejo para nuestra realidad actual.