El tema de la agenda de este año es “Las grandes causas en lo pequeño”. Se nos ocurrió desde Carta OBSUR entonces poder captar algunas de esas grandes causas en lo pequeño. Sabemos que existen muchas experiencias de entrega y esfuerzos personales por grandes causas. Elegimos la de Erik Koleszar. Erik es un amigo de OBSUR que decidió irse a vivir una experiencia comunitaria en Casabó en 2012 hizo una entrevista para esta revista (Ver Número 14 julio 2012). Hoy lo volvemos a entrevistar ya que terminó con la experiencia comunitaria (por ahora) del Pastito el año pasado y queríamos que nos contara su experiencia, pero desde su punto de vista, cotidiano y centrado en “lo pequeño”, es decir: cómo vivió la experiencia, por qué la hizo, qué significó. Así desentrañar cómo se juegan las grandes causas y los grandes sueños en lo concreto, en lo cotidiano, en el día a día, en lo pequeño.
No sólo vale la pena registrar y recoger las grandes causas, cruzadas, nos parecía lindo contar esta historia pequeña para que quede plasmada, y otros y otras puedan conocerla, sentirse identificados, encenderse. Un desafío como comunidad y como iglesia poder rescatar estas experiencias micro, no con el ánimo directo de replicarlas, pero sí de darlas a conocer. Compartirlas porque es una forma de caminar juntos.
El tema de la agenda Latinoamericana de este año tiene un enfoque distinto al de otros años. Incluso Vigil y Casaldáliga lo explicitan en el prólogo. Temas anteriores eran esas grandes causas, utopías, conquistas sociales. Este número, con las grandes causas en lo pequeño quiere saldar esa dicotomía entre estructura e individuo. ¿Cómo pasamos de la utopía a lo cotidiano? ¿De las grandes causas a compartir un mate? ¿Qué pasa cuando lo llevamos a lo pequeño? Queremos conocer la historia de Erik en el Pastito desde su día a día. Cuándo decide mudarse a Casabó, por qué. Qué pequeñas decisiones que estaban respaldadas por causas grandes fue tomando. Vincular lo micro con lo macro, como se juegan las grandes causas en nuestro día a día. Todo lo que hay de fondo en cada gesto y acto pequeño. Lo trascendental en lo cotidiano.
Empecemos por algún lado, Erik. Capaz es más fácil empezar por los orígenes.
Creo que a medida que vas creciendo vas mirando tu proceso y “enganchándolo” más de atrás. En mi caso puntual hubo un quiebre, que fue el viaje a Bolivia. Pero en realidad lo que pienso es que esa experiencia que tuve en el viaje de lo comunitario vivido de una forma muy distinta a lo que (en ese momento) creí que nunca había experimentado, donde lo primero es pensar para la comunidad, en realidad de otra forma yo ya lo había vivido. En los distintos grupos y movimientos que había pertenecido, por ejemplo la pastoral juvenil. Yo soy de Dolores, me mudé a Montevideo a los 18 y me encontré con un grupo de “Migrantes” de la diócesis de Mercedes, que estábamos todos desarraigados. Encontrar en este grupo fue aferrarme a algo, generó amistades, formamos una familia que hace poco nos juntamos de nuevo, se celebraron los 40 años y se hizo un campamento de reencuentro y celebración. Por otro lado está toda la experiencia vivida con otros voluntarios de Un Techo por Mi País. Que obviamente son sucesos pequeños que van marcando esta esencia. Y esta esencia me acompaña de antes, fue la que motivó el viaje a compartir con las comunidades guaraníes en Bolivia y que luego impulsa la vida comunitaria del Pastito. El compartir con otros. Esto fue lo que paulatinamente despertó mis ganas de vivir en comunidad. El click fue Bolivia pero era una semilla ya plantada, regada, abonada. No soy tan de pensar en las conversiones espectaculares, sino en el proceso del día a día. A la vuelta del viaje me decidí a dejar el trabajo. Si bien no fue de un día para el otro, el viaje me dio ese impulso. Trabajaba 8 o 9 horas en una empresa de software. Me llevaba todo el día y llegaba a casa y sentía que no estaba pleno. Lo venía sintiendo incluso antes del viaje. Y también con la experiencia de Techo donde iba a los asentamientos y a la vuelta me quedaba pensando mucho; “yo no estoy ahí”. Vuelvo al barrio pero vuelvo como extranjero, sin pertenecer. También tenía reclamos de: “vos no vivís acá”. Eso también me motivó.
Entonces toda la experiencia de comunidad de vida del pastito sí es lo comunitario pero también es en qué barrio se da. Por algo se da en Casabó.
Si, en esa búsqueda del lugar, que sabía que era en algún barrio de los llamados “periféricos”, unido a todo mi proceso de fe del grupo de jóvenes de la parroquia, que siempre hubo una sensibilidad mayor a la vulnerabilidad. Me voy más atrás en mi proceso aún si pienso que marcaron mi experiencia asesores en mi juventud, que marcaron esta identidad. De estar siempre disponibles al más débil. Un sentido fuerte de compromiso.
Inicialmente la idea era ir a vivir con dos amigos de ese grupo de migrantes; Mateo y Milton. Al final como la mudanza se dilató un tiempo, Milton no pudo. Entiendo ahora que las inquietudes de ellos eran distintas. Mateo tenía un enfoque más social, ganas de hacer cosas en el barrio, involucrarse con las redes y los grupos. Incluso estaba en un camino de salida con respecto a la institución iglesia. En eso la experiencia con Mateo fue un poco tensionante, en el sentido de que yo tenía una expectativa de compartir más la fe. Pero creo que la experiencia valió y lo que más la sostuvo al principio fue conocernos desde muy chicos, además tenemos personalidades muy parecidas, y tenemos formas bastante austeras y sencillas de vivir. El tema de lo económico no fue nunca un problema, poníamos todo en común. En general la convivencia fue muy buena.
Ahí aprendí algo rápidamente que era que las horas que pasábamos en el barrio eran importantes. Se jugó algo de lo “pequeño”. Esto permitía que la vida inserta en el barrio se diera. No podía ser la dinámica que llevaba antes que me iba de mi casa muy temprano y volvía muy tarde, porque en realidad estás pero no estás. Consiste en adoptar otra forma cotidiana de vivir. Pasó algo muy lindo que fue que el barrio mismo, y sobre todo la comunidad de la parroquia inserta en el barrio es muy acogedora, muy de recibir, incluso a las personas que pueden estar de paso, que saben que luego se van a marchar, igual las reciben con mucha calidez. Hay un gesto típico que no suele faltar, que es el aplauso para los nuevos en la misa. Se trata de una comunidad muy abierta. Y eso para nosotros fue clave. Siempre buscamos una forma de llegar que no fuera de un día para el otro, de forma brusca, ni que fuera: “venimos a hacer esto”. Buscábamos pertenecer, si con la característica de ser una experiencia distinta; una comunidad de vida que venía a compartir un proceso de fe, inserta en la iglesia pero como unos simples vecinos más. Eso creo que resume lo que es el Pastito, esto de ser un vecino más, que a veces es difícil traducirlo porque es claro que cada vecino es distinto, pero sentirse parte de la vida barrial. También creo que por nuestras personalidades queríamos hacer el menor ruido posible.
Con mucha libertad también porque a veces pasa que este tipo de experiencias están más pautadas, que implican compromisos marcados que se vuelven una responsabilidad más. Hay algo de la gente que arrimaba al pastito trataba y mantenía cierta libertad y la autenticidad en lo que hacía. No eran actividades que había que sí o sí apoyarlas. Sino que movían las ganas. Como cualquier vecino, cuando estás con ganas participás, algún día puede que no, algo de eso había. Desde el disfrute, no desde la obligación.
Esto de la libertad entró un poco en tensión con la casa de la parroquia. En un principio queríamos vivir en una casa que no quedara tan cerca de la parroquia. Fue Jorge Techera el párroco que nos recibió, junto al equipo pastoral conformado por el diácono José Piña y las hermanas teresianas que vivían en el barrio. Sin duda que sin Jorge esto no hubiera salido. Nos consiguió la casa de al lado de la parroquia. Con la visión de que la casa al lado de la parroquia iba a permitir cosas positivas. En ese momento era que nosotros viviéramos ahí e hiciéramos nuestra experiencia de comunidad. Fue un gesto de él muy grande. Entonces en ese contexto si nos daba miedo perder un poco de independencia. Tener la responsabilidad de estar ahí. Convertirnos en una especie de anexo de la parroquia. Me acuerdo de la primera evaluación que hicimos a fin de año con Jorge, claro, éramos referentes también para los gurises, Mateo era animador de los adolescentes y yo de los jóvenes. Jorge nos dijo “Bueno muchachos, ustedes no se pueden levantar tan tarde” porque le están dando un mal mensaje a los gurises. Y en realidad sí había responsabilidad. Todo eso fue aprendizaje.
¿Y vos pensás en esa cotidianidad que querías cambiar de 8, 9 horas de laburo y llegar a tu casa con poca fuerza para más nada y pensás en la cotidianidad de Casabó y cómo era?
Cuando volví del viaje y dejé la empresa, me dijeron que tenía las puertas abiertas si quería algún día volver. Yo trabajé seis años ahí y forjé vínculos muy lindos. Y un tiempo después me encontré con un amigo, migrante del grupo de la diócesis de Minas, y me contó que su tío necesitaba un programador para una empresa que se estaba formando. Al conocernos con Víctor (su tío) pegamos onda desde el principio, tanto que ahora seguimos siendo socios pero además es parte esencial del pastito, de la comunidad de base. Acá hay que aclarar que El pastito fue generando sus propias ramificaciones; la comunidad de vida dio lugar a una comunidad de base. La gente de la parroquia le llama el pastito también a la casa. “Vamos al pastito”, “Nos juntamos en el pastito”. Nosotros le pusimos El Pastito a la comunidad de vida por un cuento de Galeano que es súper simple pero es lo que yo rescato de ese cuento lo sencillo, lo pequeño. A su vez porque en el jardín del frente estaba el pasto que convocaba a los niños a jugar ahí. Lo vinculaba a esto de ver vida en el barrio. Que viviendo nosotros ahí tenía vida de gurises jugando.
Volviendo a tu pregunta, en este barrio la gente se saluda en la calle, la gente se encuentra en el almacén. Es como que la gente prioriza el encuentro. Una situación típica, te estás yendo al laburo y no tenés tiempo para hablar porque estás apurado por no llegar tarde. La gente en este barrio se hace el tiempo. Yo aprendí en ese sentido que la gente paraba a hablar cuando se encontraba en la calle. Es algo que tuve que reaprender porque cuando vivía en el interior eso también pasaba. La vida transcurre mucho más tranquila y por tanto más humana también. Son aspectos que después incorporé pero que en su momento fueron cruciales para mi experiencia. Aprender lo lindo de tomarse ese tiempo.
Lo lindo del pastito es que además de la comunidad de vida y la casa, está la comunidad de base que se reúne ahí casi desde el principio. Nosotros cuando llegamos con Mateo había 16 comunidades de base en la parroquia. Una cosa que no se daba en ninguna otra parroquia. Esto tenía mucho que ver con la presencia de Jorge y Pepe Piña. Y por ser una parroquia media al margen, esto era una ventaja porque en muchas parroquias las comunidades que existían se disolvieron bajo otra línea de la iglesia. Ni bien llegamos Jorge nos sugirió pensar en formar una nueva comunidad de base, y conocía gente en la vuelta que quería conformarla. Surge la comunidad de base del pastito, con un rasgo muy particular que se mantiene hasta hoy y es que la mayoría de los integrantes de la comunidad no son del barrio. Hay personas del barrio, que convocamos a otros que en algún momento estuvieron vinculados con el barrio pero que no viven en el barrio. Gente que ha trabajado en el CAIF por ejemplo, o conocidos de, amigos nuestros por ejemplo, que se fueron arrimando también.
¿En cuánto tiempo una vez ustedes viviendo en Casabó se forma la comunidad de base?
Y ponele que fue al mes o dos meses después. Nosotros llegamos un 15 de febrero de 2012.
Más allá de ustedes viviendo ahí, esta comunidad de base ofreció a gente un espacio que estaba buscando. Al mes ya había gente que quería conformar esta comunidad en Casabó. Había una inquietud.
Creo que sí, que había una necesidad de compartir lo cotidiano y de profundizarlo. En esta comunidad somos todos muy distintos; venimos de lugares distintos, hacemos cosas distintas pero hay algo que une que sin duda es la fe. Pero hay algo más, que significa buscar un lugar especial, porque venirse de Solymar o de otros barrios lejanos de Montevideo, necesariamente tiene que haber algo que te llame mucho a ir. En ese entonces no nos conocíamos entre todos y ahora somos más que amigos. Son cosas pequeñas pero no son tan comunes.
Son pequeñas en el sentido de que no son causas institucionales grandes pero que modifican mucho la cotidianidad de cada uno. La otra cara es que en sus barrios y en sus comunidades no estaban encontrando eso. Por algo la búsqueda los llevó para ahí. Sin ser nada extraordinario hay algo que ocurría en Casabó que los invitó y los convocó.
Y si, porque originalmente las comunidades de base son gente del barrio, vinculados a la parroquia, pero que tienen que ver con la vida del barrio. Surgió en un momento la inquietud de rotar el lugar de reunión y ahí lo discutimos y salió que no, que esta comunidad tenía territorialidad. La comunidad pertenece al barrio Casabó, es de este barrio, y surgió también por eso. Finalmente estuvimos todos de acuerdo en que había que mantener eso. Queda un poco incómodo para el que vive lejos pero bueno, es una elección también.
Entonces pensando qué características fueron esenciales en tu vida, en qué barrio vivir, pero también en la formación de la comunidad de vida y de base del pastito, en estar en una cotidianidad: vos rescatás un poco lo sencillo. Lo austero.
Si, lo sencillo si, también lo de sentirte vecino. Que si bien saben que no creciste ahí, estás ahí y permanecés. Que estás disponible y con tiempo. Darle importancia a eso. Que como te decía es una particularidad de donde se vive el barrio, la gente le da mucha importancia a la identidad del barrio. A veces se forman un poco guetos, pero hay algo importante en pertenecer a un barrio. Tienen la ventaja de sentirse parte de algo y tienen la desventaja que a veces se atrincheran demasiado en el lugar.
Pero en la parte positiva, para que sea un lugar importante hay que dedicarle tiempo y la gente en Casabó le dedica tiempo a estar, a juntarse.
Otra cosa que pienso que fue importante, es que los que integramos al principio la comunidad de base teníamos mucho tiempo recorrido de iglesia. Entonces hay también una sensibilidad compartida, donde todos participamos y nadie nos dirige, una comunidad horizontal. Eso para mí es esencial, que el sacerdote no tenga un rol principal, tradicional. Que vaya a “dar cátedra” ni que no se exponga sino que participe como uno más. La horizontalidad es vital porque en esta experiencia no puede entrar más teoría y teología que Evangelio y que lo que vivamos desde ahí. De hecho el trato con la gente te enseña sobre Dios en el día a día. Que la teoría no tiene más lugar que la experiencia,creo que va por ahí. Yo me reía el otro día porque nosotros pensamos mucho de a dónde nos mudamos, por qué nos mudamos, y escuchaba en la radio un titiritero que decía “Estoy hace dos años acá y estuve viviendo antes en Marindia. ¿Por qué Marindia? Porque yo estaba en Buenos Aires y escuché una canción de (Fernando) Cabrera y yo pensé que era una mujer y me encontré con que era una ciudad y dije ah bueno, y me fui a vivir ahí. Y ahora estoy viviendo en Libertad, porque es en el único lugar en el mundo donde puedo decir vivo en libertad.” (risas) Un personaje pero de fondo un poco eso de no teorizar todo.
Me dejaste pensando en esto de que dejaste el trabajo que tenías para transitar un camino porque estabas buscando algo, y encontraste Casabó. Me preguntaba si tuviste que dejar otras cosas? O transitar este camino también te llevó a dejar otras cosas.
Creo que nunca fui muy apegado a lo material pero dejé cosas sí. Concretamente yo vivía en un apartamento que mi padre había comprado para mi, un lugar donde yo nunca me vi ,en tres cruces. Pero en mi opción tuve que decir esto no. Hubo que resignar cosas. No era donde quería vivir. Con todo lo que eso implicaba. Nunca me puse a pensar mucho en lo material que dejé. Sin duda que sé que no dejé del todo, sigo perteneciendo a mi familia. Siempre uno puede volver. No me desarraigué totalmente. De hecho a ellos a veces vuelvo a descansar unos días. A hacer un poco de catarsis porque a veces termino saturado, cansado y tengo que recargar energías. Pero a mí lo que más me costó resignar fueron las amistades, la distancia a veces afecta. La distancia física y por otro lado la opción de vida también, porque no todo el mundo se anima o quiere ir al barrio. También por la distancia sé que veo mucho menos a mi familia. En lo cotidiano también se siente porque no es lo mismo vivir en tres cruces, un lugar céntrico donde tenía a casi todos mis amigos cerca, y salen unos mates en la rambla en 15 minutos y te sumás. Dos o tres se juntan y se arma programa. Eso es lo que más me dolió resignar. Me tocó cortar con vínculos y con encuentros con amigos. A su vez es cierto que me fui haciendo otros amigos y ahora creo que tengo más amigos en el barrio que afuera.
Y cuando te toca transmitir motivos de por qué optaste por vivir en Casabó, en comunidad y estos cambios que hiciste en tu vida, ¿Qué explicás?
Siempre es difícil transmitir esta opción. La gente que tiene una experiencia de fe o que ha vivido experiencias similares entiende más rápido lo más difícil igual es transmitirle a la propia familia opción así. Me pasó con mi hermano mayor que tiene una personalidad muy diferente a mí aunque hemos compartido caminos de fe y de voluntariado similares. Todos mis hermanos y yo somos muy unidos en haber transitado por caminos y vivencias parecidas en nuestra formación de la fe. Espacios similares y amigos en común. Sin embargo esta decisión mía que fue como un paso grande, el no la podía entender. Recuerdo mi primer cumpleaños mudado a Casabó en el Pastito, que lo festejé allá y fue mucha gente, En un momento un amigo muy querido Nacho (con el cual compartí la experiencia en Bolivia), propuso una dinámica de pasar una copa y el que la recibe tenía que compartir que ve distinto en Erik por esta experiencia. Ahí fue cuando mi hermano mayor dijo, cuando le tocó la copa, que recién ahí estaba entendiendo la opción que estaba viviendo hasta ese momento. Eso a mí me pegó mucho, porque hay cosas que uno puede hacer el esfuerzo de explicarlas pero para ser entendidas necesitan ser vividas, experimentadas.
Pero más allá de la posibilidad de transmitirlo, creo que la motivación es llevar una vida más evangélica, vivido desde lo comunitario. De compartir, de tratar de dar testimonio de que hay una forma distinta de vivir en la cotidiana. Y que capaz a alguno le parece una locura pero no es tan loco. La vida es muy sencilla. No tiene mucho misterio, a veces son más fuertes los prejuicios y los miedos que los verdaderos cambios que implica ese paso.
Me acuerdo de un campamento que fuimos que de noche en el fogón compartiendo, todos tenían algunos espacios, de los cuales hablar, transmitir alguna experiencia. Erik compartió su experiencia del Pastito. Y hubo una persona que lo cuestionó, que no sólo no compartía sino que había algo de la experiencia de Erik que lo increpaba e incomodaba a él. Era una persona de unos 40 años y lo que decía era que él ya había pasado por eso. Yo ya estuve en momentos de mi vida que quería cambiar el mundo, y formé parte de grupos y causas y después me di cuenta que no iba por ahí. Y bueno, quiso convencer a Erik de que no valía la pena lo que estaba haciendo.
Sí, creo que fue incluso más contundente. Dijo “Yo me cansé de vivir para el otro, ahora quiero vivir para mí” Una frase muy de esta época. Como si haciendo este tipo de experiencias, te abandonás. Es cierto que estás más expuesto, pero yo no comparto que haya que separar una vida para los demás y una vida para uno. Creo que hay que equilibrar, porque puede pasar eso de no cuidarte y agotarte. Y creerte que estás haciendo todo, caer en la soberbia. hay que estar atento, y equilibrar las fuerzas y los tiempos. Además si no nutrís tus ganas y tu profundidad, te agotás. Se te puede volver tóxico aunque las intenciones sean buenas.
Bueno, eso de considerar que esto es para una etapa de la vida, también hay un discurso donde estas experiencias comunitarias de inserción eran de otros tiempos. No de la actualidad. ¿Por qué te parece que sigue vigente esta búsqueda?
Yo creo que sigue vigente. Siento que estamos cada vez más fragmentados, cada vez más individualistas, más apartados. Creo que si hay una mirada nostálgica del antes es que, sin ser amarillistas de todo está perdido, había algo antes que era mejor, que hoy no está pasando. Hoy el ruido, el show está en otro lado. Hay cierta contradicción entre qué es lo que buscás vos y te falta y lo que realmente terminás encontrando y valorando. Decía esto del “encuentro”, para mí son muy pocos los lugares de encuentro. Ahora en el barrio se están haciendo algunas plazas y parques y así y todo la gente tiene mucho miedo. Pero el miedo se termina cuando conocés al otro, el miedo a las diferencias y oposiciones se terminan con el encuentro, la vida compartida, el comer juntos. Se juega la vida en eso para mí. Me ha pasado de algunos vecinos, al principio siempre hay cierto recelo, cuando ven al vecino nuevo, cómo será, será ruidoso, será un narco (risas). Pero eso va cambiando en el convivir y en el compartir. Hay violencia y situaciones en las familias difíciles que no nos metemos porque son privadas pero creo que si nos apoyáramos en esas cosas sería mejor para todos. Si generamos confianza es más fácil ayudar e intervenir. Hace poco me pasó de un vecino que se me acercó por un conocido y me pidió si podía ir a hablar con ellos. Que estaban pasando por una situación difícil. El vínculo humano creo que rescata y sana.
¿Te acordás de personas, libros, autores, teólogos, curas que te hayan marcado en este camino, en estas características esenciales? Que te ayudaron a conectar lo que vos vivías con las “grandes causas”, con ideas.
Bueno, hay un cura referente que es Edgardo Rodríguez. Casualmente fue con quien hice el viaje a Bolivia. A la vuelta de ese viaje los dos volvimos muy cuestionados de dónde estábamos y qué queríamos hacer. El tuvo siempre el sueño de ir a Bolivia a hacer una misión y nunca la había podido hacer. Resultó que después de este viaje se animó a hacer esa experiencia de 3 años de misión con 60 y pico de años. En esa vuelta, yo le hablé de mis inquietudes que quería dejar el trabajo, el apartamento y me dijo que él estaba mucho más atado que yo, por estar en una institución que tiene más de dos mil años, muy rígida, que no te deja moverte mucho. Y yo ahí pensaba, como hay gente que puede parecer tan libre, y sin embargo se queda en sus ataduras. Los dos nos dimos cuenta de que era posible. Y otro referente es Nacho Aguirre que fue el que nos recibió en Bolivia. El cual nos enseñó la dinámica de “la foto del día”. Hay una anécdota muy graciosa sobre esto, una vez viajó a Bolivia un grupo político marxista italiano. Como Nacho vivía muy cerca de donde mataron al Che los acompaño en la recorrida y al finalizar, les contó que el Che tenía la costumbre de recoger lo vivido durante el día en una “foto del día”. Así que terminó haciéndolos rezar a todos esos marxistas. De él aprendí también que se puede encontrar contenido y sentido entre los que son diferentes. Él también dice que la comunidad no es la convivencia entre los comunes sino que lo que la define es el compartir entre diferentes. Es una forma más liberadora de verlo. Yo al principio tenía una idea de comunidad más homogénea: hacemos todo lo mismo. También es una visión más juvenil capaz, donde todo se hace en grupo. Pero esa visión excluye lo diverso, porque se piensa una comunidad con cierto perfil y no tienen por qué ser así.
Claro, cuando yo pienso en el Pastito o en los cumpleaños de Erik, lejos de pensar en un grupo homogéneo, es difícil encontrar un perfil. Me parece que eso está bueno.
Sí, y no es fácil lograr esa convivencia. Siempre cuesta un poco más que la convivencia entre iguales. Como somos distintos no das nada por sentado, tenés que explicar más. Te hace ser más tolerante. Te hace convivir más civilizadamente. Y para eso también he tenido referentes. Bueno Jorge Techera, el párroco, ni que hablar. Mi experiencia en otras parroquias había sido de una visión más conservadora, más sacramental, y esta comunidad tenía otra manera de ver las cosas. Un camino de libertad que le permitía darle vida a las comunidades de la parroquia. Desde una visión más tradicional hace ruido que las comunidades tengan más poder que los párrocos. Donde a veces no quieren perder autoridad.
Y contanos un poco del proceso del Pastito
Bueno, la primera etapa fue con Mateo, como un año y medio. Con distintos perfiles, lo que buscábamos era distinto. Pero ahí está la facilidad de convivir con un amigo. Algo muy importante, compartí con alguien que estaba en búsqueda de algo, más allá de que no fueran las mismas búsquedas. También nos pasa en la comunidad de base del Pastito, que hay personas que pueden querer otra cosa, pero siempre hay una búsqueda y una apertura de encontrar riqueza en el otro, compartir la riqueza de uno. Capaz que la primera etapa del Pastito fue la más rica en ese sentido. Éramos muchos muy diferentes, en búsqueda y abiertos. Con los años esa frescura se ha perdido, nos conocemos y mucho. Que se perdió esa situación inicial pero quiere decir que los distintos lograron permanecer y compartir. Aunque ahora sea más homogéneo sigue siendo muy valioso. Y pasa algo muy revelador que es que cuando vas a las cuestiones fundamentales y profundas no hay tanta diferencia.
Después de Mateo vino otro amigo a vivir en la casa, David García pero fue distinta su inserción porque el estaba con dificultades de alojamiento. Había venido de España, no tenía lugar dónde quedarse y justo se acercó a la parroquia porque bautizaban a su ahijada. Le ofrecieron que en vez de venir a las charlas de bautismo se integrara a una comunidad de base funcionando. Resulta ser una propuesta interesante porque vas aprendiendo y compartiendo más que teorizando el catecismo. Ahí fue que se integró a la comunidad de base del Pastito. Y entonces un día hablando de que no tenía lugar para vivir le propuse venir a vivir conmigo, ya que se había ido Mateo y había espacio. Fue una preciosa experiencia de compartir cotidianidad, pero el no tenía una inquietud de vida comunitaria. Si bien la convivencia fue muy buena y es lo que más rescatamos siempre, pero no tuvo esa pata espiritual y comunitaria que yo buscaba
Hay que decir que cuando se fue Mateo tuve una gran crisis, ahí aprendí a manejar mis expectativas, de qué debía esperar y que no podía resignar en una próxima comunidad, y sobre todo de manejar la soledad también. Confirmé que estaba donde quería estar, viviendo la experiencia que estaba buscando, más allá de todas las cosas que faltaban o que no pudimos concretar con Mateo. Pero teniendo la convicción de que estaba en el lugar donde yo quería. Pero también necesitaba esclarecer qué era lo fundamental, es decir esto no puede faltar, y el resto estar abierto a que fuera distinto. Fue un momento muy difícil. En ese proceso me acompañó espiritualmente Roxana Revetria, una amiga muy querida de los tiempos de pastoral juvenil. Lo importante era ver que lo fundamental estaba. Hice un proceso de escribir los motivos de mi proyecto, mis inquietudes. Para mi comunicar y transmitir lo que quería siempre fue difícil. También descubrí que me estaba faltando o me parecía importante un momento de “pausa” o de recogimiento del día con oración en la noche, la famosa “foto del día”. Más allá de que siempre costaba un poco, es un combustible muy necesario. También reafirmé la necesidad de estar en el barrio. La mudanza había traído sus obstáculos pero reconocí que era vital estar en el barrio, para sacarle jugo y estar abierto al encuentro. O sea que lo que compartiera con la comunidad de mi día y desde mi fe tenía que surgir de lo vivido en el barrio.
Tuve varias crisis en el transcurso de las distintas comunidades del Pastito, porque no lograban permanecer. La mayoría de los que venían tenían un plazo y yo quería estar todo el tiempo posible, pero con los que conformé comunidad tenían otros horizontes temporales. Aunque acordábamos el tiempo de antemano era frustrante para mí. Como una vez que fuimos a visitar a un monje benedictino que nos dijo que la comunidad iba a ser un fracaso (risas). Quisimos hacer un pequeño retiro comunitario y nos recibió así el monje, con esas palabras de provocación. Nos dijo que esto tenía una fecha de caducidad y cuando se terminara la gente iba a pensar que había fracasado pero lo importante es que nosotros teníamos que saber que no era así. A los ojos de la sociedad iba a ser un fracaso porque iba a terminar. Lo que importaba era cómo lo queríamos vivir nosotros.
¿Y cómo era la casa del Pastito al lado de la parroquia?
Y bueno, como te dije faltaba un poco de independencia. En la última etapa llegaron Juan y Juan Pedro a vivir conmigo después de un tiempo en el que estuve viviendo sólo. En ese entonces yo estaba con ganas de mudarme un poco más lejos según la idea original. Finalmente nos quedamos los tres, porque también era una experiencia inserta en la comunidad del barrio. Era una casa de puertas abiertas. La gente entraba y salía. Igual si bien buscaba más independencia, pensándolo hoy esa casa fue la puerta de entrada en todo sentido, de nosotros al barrio, del barrio a la vida de parroquia, de la parroquia a la gente. Jugó un rol fundamental. Hubiera sido una experiencia muy distinta si no hubiera sido ahí. La comunidad de base comenzó a funcionar ahí y se mantuvo en el barrio. Los jóvenes y los niños se acercaron. Era una casa literalmente de puertas abiertas. Cumplía un objetivo, fue lo que generó vínculo, confianza, pertenencia.
Y uno de los elementos más esenciales es la disponibilidad de la comunidad de base con la mirada hacia la gente del barrio. Entre ellos quiero recordar muy emotivamente a Walter Olivera, el médico de nuestra comunidad que falleció el año pasado y que atendía con total dedicación a la gente que se arrimaba a casa antes o durante de la reunión. Sería imposible nombrar todas las cosas que germinaron en estos años, que la mayoría son historias pequeñas, pero son muy buena noticia.