Desde el 31 de octubre del año pasado y hasta igual fecha de este 2017 existe un nuevo motivo de acercamiento entre los católicos y lo cristianos miembros de las comunidades surgidas de la Reforma protestante, hace 500 años, en 1517.
Es la primera vez desde esa fecha que conmemoramos juntos ese aniversario. Los cuatro centenarios anteriores transcurrieron ante la mirada más o menos hostil o a lo más indiferentes de la Iglesia católica. Estamos ante uno de los casi milagros del concilio Vaticano II, él mismo fruto de un camino de relaciones ecuménicas que lo precedieron. De hecho, hacia fines del siglo XIX, el papa León XIII mostró su acuerdo para celebrar en la cercanía de Pentecostés un “octavario de oración por la unidad de los cristianos”, iniciativa surgida de algunos grupos sobre todo protestantes y que tuvo su primera concreción en 1908. Y desde 1968, esa semana se celebra con la base de textos acordados por protestantes y católicos.
Para no dejar de hacer presente este aniversario clave en el camino ecuménico, al que queremos prestar especial atención durante todo este año, publicamos hoy una serie de palabras del papa Francisco que nos muestran su valoración de la figura de Lutero y del movimiento que él comenzó. Más allá de los reparos que sectores de Iglesia católica, incluso personalidades connotadas del Vaticano, manifestaron sobre esta conmemoración conjunta, el obispo de Roma quiso marcar el sentido de este aniversario con su presencia en los actos que dieron comienzo a la efeméride, en Lund (Suecia), el pasado 31 de octubre. En cada uno de los números de este 2017 iremos además publicando diversos artículos sobre las diversas comunidades nacidas de la Reforma que comparten con nosotros en el Uruguay la misma fe y el mismo deseo de anunciar a Jesucristo.
La Redacción.
En la visita a Lund, para el inicio de la conmemoración, el 31 de octubre de 2017
“Con gratitud reconocemos que la Reforma ha contribuido a dar mayor centralidad a la Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia […]
La experiencia espiritual de Martín Lutero nos interpela y nos recuerda que no podemos hacer nada sin Dios. “¿Cómo puedo tener un Dios misericordioso?”. Esta es la pregunta que perseguía constantemente a Lutero. En efecto, la cuestión de la justa relación con Dios es la cuestión decisiva de la vida. Como se sabe, Lutero encontró a ese Dios misericordioso en la Buena Nueva de Jesucristo encarnado, muerto y resucitado. Con el concepto de “sólo por la gracia divina”, se nos recuerda que Dios tiene siempre la iniciativa y que precede cualquier respuesta humana, al mismo tiempo que busca suscitar esa respuesta. La doctrina de la justificación, por tanto, expresa la esencia de la existencia humana delante de Dios […]
Espíritu Santo, ayúdanos a reconocer con alegría los dones que recibió la Iglesia a través de la Reforma”.
Discurso a una delegación de luteranos finlandeses a Roma, el 19 de enero 2017
“En esta andadura, católicos y luteranos, procedentes de diversos países, con diferentes comunidades que comparten el camino ecuménico, hemos dado un paso significativo cuando, el 31 de octubre del año pasado, nos reunimos en Lund, Suecia, para conmemorar el inicio de la Reforma con una oración común. Esta conmemoración conjunta de la Reforma tiene un significado importante en términos humanos y teológico-espirituales. Después de cincuenta años de diálogo ecuménico oficial entre católicos y luteranos, hemos sido capaces de exponer claramente las perspectivas sobre las que ahora podemos decir que estamos de acuerdo. Damos las gracias por ello. Al mismo tiempo, mantenemos vivo en el corazón el sincero arrepentimiento por nuestros pecados. En este espíritu, en Lund, se recordó que la intención de Martin Lutero, hace quinientos años, era renovar la Iglesia, no dividirla. Ese encuentro nos ha dado el valor y la fuerza para mirar hacia adelante en nuestro Señor Jesucristo, hacia el camino ecuménico que estamos llamados a recorrer juntos […].
2017, el año conmemorativo de la Reforma, representa por lo tanto, para los católicos y los luteranos una oportunidad privilegiada de vivir la fe con más autenticidad, de redescubrir juntos el Evangelio y dar testimonio de Cristo con renovado celo. Al acabar la jornada conmemorativa de Lund, mirando hacia el futuro, sacamos valor de nuestro testimonio común de fe ante el mundo, cuando nos comprometimos a apoyar juntos a los que sufren, a los que pasan necesidades, a los que están expuestos a la persecución y la violencia. De este modo, como cristianos ya no estamos divididos, sino unidos en el camino hacia la plena comunión”.
A una delegación de Iglesia Evangélica alemana en Roma, el 6 de febrero de 2017
“Es significativo que con ocasión del 500 aniversario de la Reforma, cristianos evangélicos y católicos aprovechen la ocasión de la conmemoración común de los eventos históricos del pasado para poner nuevamente a Cristo en el centro de sus relaciones. Precisamente “la cuestión sobre Dios”, sobre “cómo poder tener un Dios misericordioso” era “la pasión profunda, el centro de la vida y del entero camino” de Lutero (cf. Benedicto XVI, Encuentro con los representantes de la Iglesia evangélica en Alemania, el 23 de septiembre 2011). Lo que animaba e inquietaba a los reformadores era, en el fondo, indicar el camino adecuado hacia Cristo. Es lo que nos debe preocupar también hoy en día, después de haber tomado nuevamente, gracias a Dios, un camino común. Este año de conmemoración nos ofrece la oportunidad de dar un ulterior paso adelante, mirando al pasado sin rencores, sino según Cristo y en comunión con Él, para volver a proponer a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo la novedad radical de Jesús, la misericordia sin límites de Dios: precisamente lo que los reformadores en su tiempo querían estimular. El hecho de que su llamada a la renovación haya suscitado un desarrollo de acontecimientos que han llevado a divisiones entre los cristianos, ha sido ciertamente trágico. Los creyentes no se han vuelto a sentir hermanos y hermanas en la fe, sino adversarios y rivales; durante demasiado tiempo han alimentado hostilidad y se han ensañado con luchas, fomentadas por intereses políticos y de poder, en alguna ocasión sin tener ni siquiera escrúpulos en usar la violencia los unos contra los otros, hermanos contra hermanos. Hoy, sin embargo, damos gracias a Dios porque finalmente, “sacudimos todo lastre”, fraternamente “corremos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús” (Hebreos 12, 1-2).
Es gracias a la comunión espiritual que se ha unido durante estas décadas de camino ecuménico, que podemos hoy deplorar juntos el fracaso de ambos respecto a la unidad en el contexto de la Reforma y de los avances sucesivos. Al mismo tiempo, en la realidad de un único bautismo que nos hace hermanos y hermanas y en la común escucha del Espíritu, sabemos, en una diversidad ya reconciliada, apreciar los dones espirituales y teológicos que de la Reforma hemos recibido. En Lund, el 31 del pasado mes de octubre, agradecí al Señor sobre esto y pedí perdón por el pasado; para el futuro deseo confirmar nuestra llamada sin retorno a dar testimonio juntos del Evangelio y a proseguir por el camino hacia la plena unidad. Haciéndolo juntos, nace también el deseo de adentrarse por recorridos nuevos. Cada vez más aprendemos a preguntarnos: ¿esta iniciativa, podemos compartirla con nuestros hermanos y nuestras hermanas en Cristo? ¿Podemos recorrer juntos otro tramo del camino?”
Homilía de Francisco al cerrar Semana de oración por la Unidad de los cristianos, en el oficio de Vísperas, en San Pablo Extramuros, el 25 de enero de 2017
“Esto aparece claramente en el texto de la Segunda Carta a los Corintios, del que se toma este año el tema de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos: ‘Reconciliación. El amor de Cristo nos apremia’ (cf. 2 Co 5,14-20).
El amor de Cristo: no se trata de nuestro amor por Cristo, sino del amor que Cristo tiene por nosotros. Del mismo modo, la reconciliación a la que somos urgidos no es simplemente una iniciativa nuestra, sino que es ante todo la reconciliación que Dios nos ofrece en Cristo.
Más que ser un esfuerzo humano de creyentes que buscan superar sus divisiones, es un don gratuito de Dios. Como resultado de este don, la persona perdonada y amada está llamada, a su vez, a anunciar el evangelio de la reconciliación con palabras y obras, a vivir y dar testimonio de una existencia reconciliada.
En esta perspectiva, podemos preguntarnos hoy: ¿Cómo anunciar el evangelio de la reconciliación después de siglos de divisiones? Es el mismo Pablo quien nos ayuda a encontrar el camino. Hace hincapié en que la reconciliación en Cristo no puede darse sin sacrificio. Jesús dio su vida, muriendo por todos. Del mismo modo, los embajadores de la reconciliación están llamados a dar la vida en su nombre, a no vivir para sí mismos, sino para aquel que murió y resucitó por ellos (cf. 2 Co 5,14-15) […].
Para la Iglesia, para cada confesión cristiana, es una invitación a no apoyarse en programas, cálculos y ventajas, a no depender de las oportunidades y de las modas del momento, sino a buscar el camino con la mirada siempre puesta en la cruz del Señor; allí está nuestro único programa de vida.
Es también una invitación a salir de todo aislamiento, a superar la tentación de la autorreferencia, que impide captar lo que el Espíritu Santo lleva a cabo fuera de nuestro ámbito. Una auténtica reconciliación entre los cristianos podrá realizarse cuando sepamos reconocer los dones de los demás y seamos capaces, con humildad y docilidad, de aprender unos de otros, sin esperar que sean los demás los que aprendan antes de nosotros […]
Este año, mientras caminamos por el camino de la unidad, recordamos especialmente el quinto centenario de la Reforma protestante. El hecho de que hoy católicos y luteranos puedan recordar juntos un evento que ha dividido a los cristianos, y lo hagan con esperanza, haciendo énfasis en Jesús y en su obra de reconciliación, es un hito importante, logrado con la ayuda de Dios y de la oración a través de cincuenta años de conocimiento recíproco y de diálogo ecuménico”.