Un mes ya transcurrido de la clausura del Sínodo de obispos. El 25 de octubre culminó, pero no se cerró, un proceso sinodal muy particular, por no decir único hasta ahora en los 50 años desde que fue restaurado para la Iglesia de Occidente este precioso instrumento de comunión y gobierno eclesial.
En las diversas notas que he escrito a partir del anuncio de Francisco a fines de2013 traté de insistir siempre, ayudado por analistas mucho más autorizados que yo, en que no se trataba solo de la convocatoria a un sínodo, de hecho eran dos, sino de la invitación a vivir un camino sinodal. Y no solamente a los obispos, sino a todo el Pueblo de Dios. Lo que ya era así desde 1965, pero en general de manera muy formal. En todo caso, muchos fueron los que enseguida notaron la diferencia con los sínodos celebrados anteriormente, de tal modo que se generalizó la convicción de que estábamos ante una verdadera refundación de ese “caminar juntos”.
La manera de encarar el proceso, de hacer notar la continuidad entre la primera sesión, extraordinaria, y la reciente segunda, ordinaria, más el modo de plantear las consultas previas, así como el estímulo para desatar una reflexión y discusión libre, sin temores y censuras, mirando de frente la realidad de la familia, son significativos signos de esa renovación. Que parecía ser, por otra parte, un deseo amplio, extendido en la Iglesia, de una colegialidad más efectiva. A la propuesta revitalizada, se añadió esa especie de introducción general que fue el consistorio cardenalicio de febrero de 2014, con la ya famosa intervención, pedida por el Papa, de Walter Kasper, que se convirtió en un verdadero catalizador de la discusión abierta.
Tenemos presente lo que se vivió y lo que se produjo en la sesión extraordinaria de octubre de 2014. Ahora recordaré brevemente los aspectos principales de la asamblea del octubre pasado, para insistir luego y sobre todo, en los frutos de este camino de más de dos años, que como dije, pienso que sigue abierto.
Aspectos para una crónica
Como en ocasión de la sesión de 2014, la reciente estuvo precedida por fuertes discusiones, sobre varios aspectos de la problemática levantada en las etapas anteriores, pero sobre todo en torno a la situación eclesial y práctica sacramental de los separados en una nueva unión, así como de la homosexualidad y las parejas de esa condición. Como ya lo señalé en otras oportunidades, la reflexión, discusión y publicación de artículos, libros, entrevistas, así como la organización de reuniones especiales, se sucedieron de modo protagónico en las Iglesias del Norte. En las del Sur, por lo que sé, y en concreto en América Latina, poca ha sido la participación activa de las comunidades y el estímulo de los pastores al respecto. En todo caso así ha sido en el Uruguay.
El papa Francisco, por su parte, volvió a dar indicaciones de su manera de ver las cosas cuando el 8 de septiembre dio a conocer sus motu proprio ”Mitis Iudex Dominus Iesus” (“Señor Jesús, manso Juez”) y ”Mitis et misericors Iesus” (“Jesús manso y misericordioso”), sobre la reforma del proceso canónico para las causas de declaración de nulidad de matrimonio. Entrarán en vigencia el 8 de diciembre. (www.news.va/es/news/con-los-motu-proprio-mitis-iudex-dominus-iesus-y-2). En varias intervenciones de diversa índole, además, siguió insistiendo en la centralidad de la misericordia en el mensaje cristiano y como actitud básica de la vida y misión de la Iglesia.
Sin embargo, se llegó al 4 de octubre, día del comienzo del Sínodo ordinario, con un ambiente bastante tenso, con unos cuantos analistas, de un signo y otro, alertando sobre el peligro de un cisma, en un dramatismo que me parecía exagerado. Pero, como se sabe, la sensación de miedo tiende a la conservación de lo conocido y a limitar el espíritu de apertura a lo nuevo. Lo que sucedió en la víspera misma del inicio pareció tener el objetivo de acentuar esos temores. Me refiero al escándalo provocado por el sacerdote polaco Charamsa, teólogo de la Congregación para la Doctrina de la Fe, con su declaración de homosexualidad junto a su pareja. Muchos opinaron que la elección del día y el estilo de la revelación no fueron inocentes.
Lamentablemente, este hecho así como otros de parecido tenor, a la vez que centrar la atención de la opinión pública en ellos, no ayudó a saber y comprender lo que en verdad estaba sucediendo entre los participantes del sínodo. A ello contribuyeron también los medios. Hay que reconocer, sin embargo, que el episodio de la publicación de la carta de unos cuantos cardenales, al comienzo de la segunda semana, así como la falsa información sobre la salud del Papa (el tumor al cerebro), en los días decisivos, alientan la sospecha sobre la existencia de una maliciosa operación de desestabilización del sínodo y el papado. Así ha sido denunciado por miembros del sínodo y observadores. Hechos posteriores, no menos graves, abonan esa interpretación. ¿Sería esto un síntoma del “cisma” agitado como espantajo?
Si nos remitimos en cambio a la opinión de los protagonistas, el clima parece haber sido muy diverso a esa imagen. El siguiente testimonio de Blase J. Cupich, arzobispo de Chicago, me parece significativo: “Las preocupaciones expuestas [en la carta] no son las mías. El Santo Padre ha hablado de ellas el martes de mañana y creo que las personas quedaron totalmente satisfechas con su respuesta. Pienso que no tuvo ningún impacto en el Sínodo. Tal vez no lleguemos a soluciones claras como las querrían los mass media, pero está sucediendo una transformación real. Nos hablamos, nos escuchamos, los puntos de vista cambian. Mi punto de vista ha cambiado”. Y el cardenal de San Pablo, Odilo Pedro Scherer: “El clima es sereno, fraterno, eclesial. El papa Francisco nos ha animado a ser valientes, a hablar con entusiasmo y valor, buscando juntos el bien de la Iglesia, de la familia, y así se hace. Los participantes están serenos, tranquilos, trabajan, y se los comprometidos y atentos, participan. De las intervenciones compruebo que han surgido cuestiones, pareceres y posiciones bastante diversos según las culturas, las regiones del mundo, sobre la situación de la familia y sobre la manera de proceder de la Iglesia en la pastoral familiar”. El ejemplo de franca discusión y de búsqueda común más señalado ha sido el del grupo de lengua alemana, en el que coincidieron obispos de posiciones encontradas, como los cardenales Müller, Kasper y Marx, de donde salió la propuesta aceptada por los 2/3 sobre las parejas separadas en nueva unión. Comentaristas de relieve han dicho que el gran mediador de ese diálogo fructuoso fue el cardenal Schönborn, de Viena.
Precisamente, en su discurso de apertura, Francisco invitó de manera insistente a ponerse bajo el Espíritu en actitud de escucha ya que “en el Sínodo Él habla a través de la lengua de todas las personas que se dejan conducir por Dios que sorprende siempre, por el Dios que se revela a los pequeños, y se esconde a los sabios y los inteligentes; por el Dios que ha creado la ley y el sábado para el hombre y no viceversa; por el Dios que deja las 99 ovejas para buscar la única oveja perdida; por el Dios que es siempre más grande que nuestras lógicas y nuestros cálculos”. Y por lo mismo, en escucha de las familias reales, “en la caridad que no señala con el dedo para juzgar a los otros” y cura “a los heridos con el aceite de la acogida y la misericordia”. Pero advirtió también que el sínodo no es un parlamento, por lo que la discusión abierta no se sitúa en la lógica del poder, el combate que busca vencer más que convencer, sino en la de la docilidad al Espíritu en la escucha del hermano.
Finalmente, y más allá de muchas voces medio agoreras, se llegó a un documento de consenso para ser votado, y aprobado por más de los dos tercios, a pesar que muchos han puesto el acento en que en algún punto se llegó “solo a un voto más de los necesarios”, sin recordar que se trataba en efecto de uno más que los dos tercios…
Como se sabe, normalmente el Papa escribirá una exhortación post-sinodal, que reflejará lo elaborado en todo el proceso, pudiendo ir más lejos si lo desea. Pero no se tratará de “obedecer” a lo que algunos opuestos a los cambios y anclados en concepciones que Bergoglio intenta superar, afirmaron varias veces como manera de relativizar el papel y la reflexión del sínodo: “al final, es el Papa quien decide”. Justamente, el 17 de octubre, en la celebración del 50 aniversario de la institución del Sínodo de Obispos por Pablo VI, Francisco pronunció uno de sus más importantes discursos, que considero uno de los frutos más fecundos del camino en curso. En él expuso de manera vigorosa la necesidad de ir hacia un gobierno más descentralizado de la Iglesia. Volveré después sobre esto.
Para finalizar este recorrido apurado, no puedo dejar de lado la importancia del discurso de clausura de Francisco. Andrea Grillo opina que así como el sínodo manifestó mucha (¿demasiada?) prudencia, las palabras, y de manera más amplia, toda la participación del Papa, aseguraron la dimensión profética del acontecimiento. Algunas frases tal vez resuman lo que transmitió el obispo de Roma en la conclusión: “Seguramente [el Sínodo] no significa que se hayan encontrado soluciones exhaustivas a todas las dificultades y dudas que desafían y amenazan a la familia, sino que se han puesto dichas dificultades y dudas a la luz de la fe, se han examinado atentamente, se han afrontado sin miedo y sin esconder la cabeza bajo tierra […] Significa haber afirmado que la Iglesia es Iglesia de los pobres de espíritu y de los pecadores en busca de perdón, y no sólo de los justos y de los santos, o mejor dicho, de los justos y de los santos cuando se sienten pobres y pecadores […] La experiencia del Sínodo también nos ha hecho comprender mejor que los verdaderos defensores de la doctrina no son los que defienden la letra sino el espíritu; no las ideas, sino el hombre; no las fórmulas sino la gratuidad del amor de Dios y de su perdón […] El primer deber de la Iglesia no es distribuir condenas o anatemas sino proclamar la misericordia de Dios, de llamar a la conversión y de conducir a todos los hombres a la salvación del Señor (cf. Jn12,44-50)”. Sin olvidar su abierta crítica a quienes “por desgracia a veces con métodos no del todo benévolos” no supieron ubicarse en el terreno de la parresía y la humildad. Vale la pena leerlo o releerlo (cf. www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2015/october/documents/papa-francesco_20151024_sinodo-conclusione-lavori.html; texto completo en español).
Espigando frutos
Son muchos los intentos de evaluar el sínodo concluido hace poco, y sobre todo el documento que produjo. Intentar una síntesis de ellos sería tarea muy ardua. Antes de pasar a señalar las que juzgo ganancias del proceso y también los pendientes, advierto que el sector partidario de no tocar nada, agarrado del puro texto, está proponiendo la interpretación de que ha quedado como estaba. Y por las dudas, insiste una y otra vez que quien decide es el Papa. Como si las tres semanas de intensa reflexión hubieran sido una especie de entretenimiento, sin ningún alcance magisterial. La mayoría, que deseaba y eventualmente trabajó por una apertura en diversos grados, valora el tono comprensivo, sereno y no condenatorio del documento, así como algunos avances. Claro que eso no puede ocultar lo que muchos consideran un exceso de prudencia en cuestiones claves. También abundan quienes piensan que Francisco ha salido fortalecido en su propósito por abrir puertas ante el sufrimiento de muchas parejas y familias que viven en determinadas situaciones.
Paso a enumerar y explicar de manera breve los más y los menos, pero no tanto de las propuestas finales cuanto de todo el proceso, que por supuesto las incluye.
La importancia de todo el proceso, la sinodalidad: son muchos los que desde hace tiempo insisten en que el gran fruto de la iniciativa de Francisco es el haber dado como un nuevo nacimiento al Sínodo de obispos. La rutina en que había caído esta herramienta clave en la vida de la Iglesia, acrecentando sus limitaciones originarias, ha sido superada por esta nueva vitalidad: mejor y más larga preparación, participación más amplia (como voluntad y de hecho), continuidad de la temática a lo largo de más de dos años, cambios en la metodología (una asunción clara del método inductivo, más tiempo a la elaboración). “Yo, que participé en 6, tres como experto y tres como padre sinodal, puedo decir que este es el primer Sínodo que ha sido tal, un verdadero camino común: las Iglesias del mundo junto a toda la humanidad”, en palabras del arzobispo Bruno Forte, secretario especial del Sínodo.
Y sobre todo una apuesta a la sinodalidad que hizo que algunos compararan sin temor a este tiempo con lo vivido en el Concilio (“Una actualización fuerte y profunda del Vaticano II”, al decir de Forte). Sinodalidad que el discurso papal del 17 de octubre extendió a todos los niveles de la vida de la Iglesia, con lo que significa de valoración del “sentido de la fe” del Pueblo de Dios, de afirmación de la necesidad de la escucha, de la corresponsabilidad, voluntad de diálogo, espíritu de servicio (“pirámide dada vuelta”, graficó el cardenal Montenegro, de Agrigento). Por más que este discurso del Papa no pertenezca estrictamente al sínodo, no puede ser separado de él. Desarrollo muy deseado y claro de la eclesiología del Vaticano II, habrá que rumiarlo con cuidado y sacar de él todas las consecuencias para una esperada y necesaria reforma eclesial.
Es interesante ver cómo Riforma, publicación de las iglesias bautista, metodista y valdense de Italia, insiste en este aspecto: “Este Sínodo ha significado un cambio de época para la Iglesia católica. Más importante que él mismo o sus conclusiones ha sido la sinodalidad como método y como visión eclesiológica de gran novedad […] Y todo esto tiene consecuencias muy fuertes en el plano ecuménico. El papado, uno de los principales obstáculos en el camino de una plena reconciliación entre las Iglesias cristianas, cambia de forma. Se abren espacios nuevos de diálogo, por décadas reducidos a poca cosa. Creo que el momento presente es un tiempo de gracia para volver a encarar, al máximo nivel, la discusión teológico-ecuménica sobre las grandes cuestiones, a la que se había renunciado en el tiempo pasado para evitar tensiones y rupturas indeseables”.
El regreso de la discusión franca y sincera, necesaria y exigida por el espíritu sinodal. Una vuelta no solo permitida sino impulsada por Francisco. La mayoría parece haber seguido este impulso. Algunos sectores, sin embargo, permanecen con su temor y sus diversas censuras. Fue clara la consigna dada por el obispo de Roma al inicio de la sesión extraordinaria (2014): hablar con parresía y al mismo tiempo escuchar con humildad. Parece ya algo lejano, pero hace poquísimos años reinaba el miedo a ser callados, la autocensura, la impresión de que la discusión y el pluralismo rompían la unidad. Un clima de infantilización y sometimiento obsecuente a los “custodios” de la ortodoxia. Testimonio del cardenal Francesco Coccopalmerio, principal autoridad en derecho del Vaticano: “Me parece que tanto en el aula como en los grupos existen opiniones diferenciadas, y es una cosa muy valiosa. Además hay libertad de expresión, también de gran valor, a la que el Papa nos invitó. Y al mismo tiempo se da una unidad muy visible, una sensible y gradual atmósfera de fraternidad. Creo que este es el hábitat más favorable para el Espíritu Santo y su acción”.
Una agenda abierta y libre. De manera complementaria esa discusión abierta permitió sacar a la luz pública en la Iglesia una serie de temas que hasta hace bien poco estaban silenciados, o a lo más tratados de modo confidencial, sospechado. Por enumerar algunos: el de la homosexualidad y lo que gira en torno a él, el de la mujer, el género, la sexualidad, la convivencia sin matrimonio, la concepción de la indisolubilidad, el acceso a la comunión de los divorciados y vueltos a casar, los ministerios ordenados y la mujer, etc. Y en la base de todos ellos, las relaciones entre lo doctrinal y lo pastoral, que se hubiera creído estaban ya suficientemente aclaradas con el Vaticano II, pero que siguen planteándose con mucha confusión por parte de un considerable número de personas con responsabilidades importantes en la Iglesia.
En general, en muchas de esas temáticas se ha avanzado poco en lo más oficial (ver el documento conclusivo), como no sea en el terreno de un lenguaje más comprensivo e inclusivo. Pero es muy importante que haya existido, y continúe existiendo, un clima de búsqueda y discusión franca, sin temores, en el camino de un discernimiento de la voluntad del Señor en nuestros días. Es algo que Francisco afirmó, desde distintos ángulos, en su discurso final. “Desde los años del Concilio que no veíamos tanto debate en la Iglesia de Roma”, constata por su parte el vaticanista Luigi Accattoli. Como siempre, (re) aprender el camino de la libertad no es fácil. Pero solo así podrá la Iglesia avanzar en la senda de la fidelidad.
Recuperación de una unidad que integra la diversidad. No quiero caer en una descripción blanco-negro que sería maniquea, pero ello no impide recordar que también en las décadas recientes habíamos involucionado hacia una concepción de la unidad como unanimidad, aun cuando la Iglesia sea cada día más diversa. Parece que está volviendo la vivencia y por tanto concepción de la unidad que no solo no niega la diversidad sino que se enriquece con ella. Lo afirmó también Bergoglio en su discurso: “Hemos visto que lo que parece normal para un obispo de un continente, puede resultar extraño, casi como un escándalo –¡casi!– para el obispo de otro continente; lo que se considera violación de un derecho en una sociedad, puede ser un precepto obvio e intangible en otra; lo que para algunos es libertad de conciencia, para otros puede parecer simplemente confusión. En realidad, las culturas son muy diferentes entre sí y todo principio general –como he dicho, las cuestiones dogmáticas bien definidas por el Magisterio de la Iglesia–, todo principio general necesita ser inculturado si quiere ser observado y aplicado”. Lo paradojal es que algunos que no aceptaban el pluralismo, para poder defender sus ideas y prácticas se han visto llevados ahora a reclamarlo en nombre de ellas. Mejor así.
Rescate del valor de la conciencia y el discernimiento. Tanto en las discusiones y trabajos a lo largo de todos estos meses, cuanto en la asamblea del pasado octubre, en la búsqueda de nuevos caminos ante los desafíos identificados, resurgieron con vigor dos categorías centrales en la reflexión cristiana: la conciencia y el discernimiento. Que van, además, de la mano. Un ejemplo concreto, aunque hay que reconocer que dicho de manera medio oblicua en el texto final, es el tratamiento del posible acceso a los sacramentos de los separados en nueva unión. Copio del P. Spadaro, director de la Civiltà Cattolica y participante del sínodo, sobre las conclusiones: “¿Qué es lo que cambia? Percibo que hemos recorrido un largo camino, el de prestar una atención directa a quienes viven situaciones complejas. No hemos dicho ‘la comunión a todos’ o ‘la comunión a nadie’, pero hemos abierto la ventana al examen de las situaciones concretas. La tarea está en manos de quien conoce y acompaña a esas personas, los sacerdotes, y a los obispos que deben discernir. La Iglesia no está interesada en la categoría general de los divorciados vueltos a casar, sino en cada persona o pareja que vive situaciones difíciles. También sobre los homosexuales los padres sinodales son prudentes. Existen sensibilidades y perspectivas diversas, porque los obispos vienen de contextos culturalmente muy distintos. Lo que escribimos es lo que logramos expresar como cuerpo. O sea, no escondimos la cabeza en la arena”. Hay que esperar, es evidente, el documento de Francisco retomando todo este proceso. Pero desde ya, la revalorización de la conciencia como santuario inviolable y fuente de moralidad, y por tanto la necesidad, en todos los casos, de un camino de discernimiento, están encontrando resistencias en quienes privilegian casi solo la norma objetiva como criterio para el actuar cristiano. Son unos cuantos los que están queriendo contraponer a lo indicado por el Sínodo la encíclica de Juan Pablo II Veritatis splendor (El esplendor de la verdad, 1993). Por eso, observan algunos comentaristas, es muy importante que en el documento conclusivo se cite explícitamente al papa polaco en su Familiaris consortio (1981), aunque haya parecido extraño. Pero es indudable que hay en este campo mucha tela para seguir cortando a fin de encontrar esos equilibrios que solo se alcanzan marchando, no permaneciendo inmóviles.
Otro elemento que daría para mucho: la relación entre vida y sacramentos. En todo el proceso son muchos, obispos y sobre todo teólogos, por no hablar del propio Francisco, los que han llamado a considerar los sacramentos, en particular la eucaristía y la reconciliación, como remedio y alimento para heridos y no como una especie de premio para virtuosos. Y verlos como parte de un proceso, no como actos puntuales. De modo muy concreto en relación a los separados en nueva unión. Y esto está íntimamente ligado a lo que de modo tradicional se ha llamado “estado de pecado”. La transformación del lenguaje en este terreno está siendo espectacular, y aún en plena evolución. No son pocos los que consideran esto como uno de los frutos importantes del camino sinodal. Los mismos papas, desde Juan Pablo II hasta ahora, y de manera acentuada, insisten en la necesidad de que las personas que viven esas situaciones no se sientan apartadas de la Iglesia, como “excomulgadas”, sino en comunión con ella, integrantes del Pueblo de Dios, poniendo medio entre paréntesis esa categoría de “estado de pecado” y también expresiones como “situación irregular”, etc. (si se habla de procesos…). Algo parecido sobre los homosexuales, las parejas de esa índole, la convivencia antes o fuera del matrimonio. No deja de plantear cierta perplejidad la recomendación tan insistente en Juan Pablo y Benedicto, de que los separados y nuevamente casados practiquen la comunión espiritual, cuando Santo Tomás de Aquino la considera superior a la sacramental, según especialistas insospechables. En fin, muchas cosas para profundizar y aclarar en este proceso que sigue muy abierto.
Redefinición del papel del Papa. Son muchas las señales, gestos y palabras, con las que Francisco ha mostrado su voluntad de redefinir el papado y su rol en la vida de la Iglesia. Y él lo reafirma de modo explícito en su discurso eclesiológico del 17/11, esa especie de carta magna de la sinodalidad. También con su manera de participar en la asamblea episcopal, constante, hecha de escucha y de intervenciones destinadas ante todo a transmitir confianza, invitar a la libertad, exhortar a estar abiertos al Espíritu y a la realidad. Testimonio del cardenal Montenegro: “Francisco nos ha invitado a hablar con claridad, está siempre presente, menos cuando tiene audiencia general. Está allí, escucha, no hace gestos. Es la actitud de quien sabe escuchar, de quien recoge y guarda en su corazón. Con nosotros es cordial, llega casi siempre antes para saludarnos uno por uno. Es un hombre de paz, sereno. Y sigue siéndolo. Con el discurso del sábado, sobre la Iglesia sinodal y la descentralización ha dado respuestas, ha explicado cómo entiende la Iglesia y su papel de pastor. Escuchó y respondió. Es alguien que sabe lo que está haciendo y que tiene una mirada de fe”. No me resisto a otra breve cita, del mismo obispo de Roma, en la V asamblea de la Iglesia italiana en Florencia (10/11): “Pero entonces ustedes me dirán, ¿qué debemos hacer, padre? ¿Qué nos está diciendo el Papa? Les compete a ustedes decidir, pueblo y pastores juntos”.
Algunos afirman que el sínodo ha sido la “segunda elección de Bergoglio”. Spadaro piensa que “de los trabajos emerge un amplio sostén al Papa”, y con él a la Iglesia del Concilio.
Unas cuantas cosas pendientes. En fin, pendientes por aludir a un aspecto, pero también temas en los que no se logró avanzar, más allá de que en las discusiones a lo largo de todo el proceso, e inclusive en la sesión del año pasado, tuvieron bastante relevancia. Por ejemplo, lo referente a la homosexualidad y las parejas del mismo sexo, que sacando los avances en el lenguaje y una actitud más acogedora, quedó congelado. O el tema de la mujer, incluyendo la reducida participación de mujeres en el mismo sínodo y su posible acceso a ministerios ordenados (hubo una propuesta sobre diaconisas, de un obispo canadiense, que no fue retomada). Y más ampliamente la sexualidad, sabiendo todo lo que la Iglesia necesita reflexionar y reelaborar sobre ello. Ni qué decir con la cuestión de género, con la que se sigue una política de rechazo indiscriminado, retomando la beligerante calificación de “ideología” en el texto final (n. 8), arriesgando aparecer como contrarios a la lucha por la equidad entre varones y mujeres. Sin distinguir entre una mayoría que invoca la categoría para impulsar esa reivindicación y no mucho más, y minorías que avanzan hasta posiciones muy cuestionables o aun inaceptables.
Algunos, hablando del texto conclusivo, piensan que habiéndose centrado mucho la temática en la cuestión de los divorciados vueltos a casar, y con la necesidad de avanzar en este campo, los otros puntos quedaron marginados, y en la búsqueda de un consenso se prefirió dejarlos en stand by. Lástima, si así fue. De todos modos, hay que reconocer que esos temas que eran más bien tabú hasta hace poco, han sido sacados a la luz, discutidos (creo que siguen en debate) de manera abierta y con libertad. Dijo el cardenal Wuerl, de Washington: “Me parece que el resultado del sínodo ha sido el de decir a todo el mundo que en la Iglesia católica se puede discutir y que la norma es el principio del amor de Dios. El Papa nos invita a interrogarnos, aunque haya un pequeño grupo que dice ‘no podemos siquiera hablar de algunos temas”.
Para concluir
Al releer lo escrito me surge la inquietud de que tal vez la nota parezca como una defensa a toda costa del sínodo, también de Francisco. Como dije, mi lectura pretende tener en cuenta no solo ni principalmente el mensaje final, sino todo el proceso desde fines de 2013. Es sobre él que mi evaluación es muy positiva, aunque también a su luz las deficiencias o ambigüedades permiten apreciar mejor las dificultades en los procesos de reforma de nuestra Iglesia. Como tengo el convencimiento de que ese “caminar juntos” sigue abierto, y es necesario convertirlo en un estilo permanente, cierro con una palabras del abad del monasterio ecuménico de Bose y muy respetado analista del catolicismo de hoy, don Enzo Bianchi: “El camino sinodal sobre el tema de la familia ha sido fecundo y fructuoso, aunque haya algunos que considerarán deficientes algunas respuestas. Estoy convencido, con Rilke, de que ‘las preguntas son más importantes que las respuestas’, y que el lugar último y decisivo para el discernimiento es la conciencia del creyente. No nos ilusionemos, el ejercicio de la sinodalidad no es fácil, no solo a causa de la autoridad que en ocasiones no la quiere, sino también a causa de una gran parte de la misma comunidad de fieles que prefiere no hacer escuchar con responsabilidad su propia voz”.
P.S.: Hasta el día de cierre de esta nota, no he podido encontrar una traducción al español del mensaje final del Sínodo. En su defecto, en el link siguiente, además de la traducción de algunos pasajes sobre temas de los más discutidos, y un artículo del siempre estimulante jesuita chileno Jorge Costadoat, está el original italiano. Hay también una traducción francesa. https://sinodofamilia2015.wordpress.com/