El 27 de mayo otra vez el barrio Marconi ocupó la primera plana. Los conflictos se profundizan, las brechas sociales se expresan cada día con mayor complejidad y crudeza. Como sociedad seguimos sin poder hacernos las preguntas pertinentes y aún estamos lejos de avanzar en pos de una sociedad integradora, que reconozca el valor de cada una de sus partes.
Hace algunos años, en un encuentro de teología en Caxias do Sul, el sociólogo Norberto Curado de la universidad de Campinas nos preguntó “¿Cuántos jugadores integran un cuadro de fútbol en un partido?”. La respuesta unánime fue once. “Error”, nos dijo, “son dieciocho porque los suplentes también participan, presionan sobre sus compañeros para evitar salir y si entran en cualquier momento cambia el juego”.
Lo mismo pasa en la sociedad con los sectores marginados, aunque no reciben beneficios o participan en muchas de sus actividades, son actores pues presentan demandas y desafíos o son llamados a participar cuando la sociedad necesita más recursos humanos y son descartados cuando decae la demanda.
Frente a lo sucedido el 27 de mayo, en el barrio Marconi, hay cientos de miradas y teorías de por qué pasó y quiénes son los culpables, pero no logramos mirar los procesos históricos que prepararon e hicieron posible esta situación, y qué responsabilidad tenemos como sociedad en todo esto por acción u omisión.
No hay duda que nuestra sociedad es excluyente y no integradora. Que desde hace muchos años, la población del barrio Marconi fue expulsada a los márgenes y no es vista como parte de la misma. Continuamente hablamos de la necesidad de “inclusión” como si no fuesen parte de nuestra sociedad. Incluir algo significa agregar un elemento que no forma parte. Los consideramos un elemento extraño y queremos hacerlos como “nosotros”.
Quino, el creador de Mafalda, en una viñeta que plantea nuestra visión de los pobres y diferentes termina con esta sabia reflexión: “Se dice fácil son como nosotros ¿cuánto tiempo nos llevará empezar a decirnos somos como ellos?”. Sí, somos como ellos.
La sociedad se parece a un puzzle donde todas las piezas son diferentes pero imprescindibles y deben integrarse unas con otras en igualdad de condiciones. Si queremos evitar que se repita lo sucedido debemos reconocer la dignidad de todas las piezas y asumir que todas tienen algo que aportar para que la sociedad esté completa. Ninguna pieza (o sector) puede imponer a las demás su “forma” pues si no fueran diferentes nada aportarían, sería imposible integrarlas. Y lo más importante, ninguna es descartable. Y si se pierde alguna hay que buscarla, aún a riesgo de perder las restantes, como nos recuerda Jesús en la parábola de la oveja perdida (Lucas 15,3-7). Sólo así podremos alegrarnos de que nuestra sociedad logre una convivencia justa y solidaria.
Por todo esto es imprescindible no seguir estigmatizando al Marconi (y otros muchos barrios) sino buscarlo con amor para que recupere su dignidad y aporte sus riquezas que faltan en nuestra sociedad.